miércoles, 12 de agosto de 2009

14. El último día que le ví...

Todo estaba preparado, Alres estaba situado junto a la piedra del nacimiento y Sey Ha estaba suspendido en el aire, sostenido por la cuerda que Alres apretaba en su mano.

-Viejo amigo, es la hora, a partir de aquí, tan solo puedes esperar. Tranquilo, se que aún eres escéptico con este plan, pero he protegido muy bien esta zona, solo aquel que esté destinado a esta misión podrá encontrarte y liberarnos.

-Es cierto, sigo sin tenerlo claro, pero al fin y al cabo, tu eres mi dueño, debo acatar tus órdenes... Pero, ¿cómo piensas encontrar a esa persona que nos salvará si te vas mediante la puerta?

-Esta puerta hace siglos que no se abre, por eso no estoy seguro de que pasará una vez esté dentro, pero Negs Syk, antes de sellar su refugio, me dijo que dentro de la puerta hallaría las respuestas. Ni siquiera el sabe a ciencia cierta que encontraré dentro, fueron sus antecesores los últimos en abrir la puerta. Sey Ha, sabes que no podemos hacer otra cosa, los Mers Kiash están cerca, y si nos encuentran, todo habrá acabado, el circuló no se completará y ellos reinarán, y el caos será inminente.

-De acuerdo, Alres, hagamosló ya, les siento cerca...


Alres empezó una oración en un idioma que pocos conocían, tan solo los silares más avanzados. De sus dedos empezó a brotar una tenue luz azulada, que se fue arremolinando frente a Alres hasta formar un pórtico gris, con 7 grabados de aves, el más reciente era la grulla blanca, perteneciente al predecesor del anciano Negs Syk. Ahora la golondrina pasaría a ser parte de aquel mural...

Pronunció las últimas palabras, y la gran puerta empezó a abrirse. De pronto, un haz de luz amarilla cruzó entre Alres y la puerta, sobresaltandole y haciéndole perder la concentración. La puerta pareció crujir, y espantado, Alres vio como empezaban a cerrarse las puertas de nuevo.

Una horda de Mers Kiash irrumpió en el claro de la cabaña, Sey Ha hablaba a gritos en el interior de Alres, y a él solo se le ocurría una solución.

-Sey Ha, no puedo seguir aquí, es la hora de dejarte, no me odies por esto, prometo que volveré. Recuerdas estas palabras, debes decírselas a mi sucesor cuando te encuentre: "Cuando aquel que un día se hizo nombrar como futuro gobernador del mundo muera, será el momento del regreso del anciano Alres, y con él, aquella que debe guiarle hacia su alma."

-¿Me estás contando un cuento? ¡No es hora!

-Escucha, debo soltarte aquí, en el agua, y sellar una última parte antes de salir, con la alinelensia de aquel que murió. Viejo amigo, aquí acaba todo, volveremos a vernos.

-Hazlo rápido, te lo ruego.

Y Sey Ha cayó al agua, hundiéndose...

Alres, con otra alinelensia en su mano derecha, empezó a sellar una última parte del círculo, la más complicada, pues la alinelensia no era suya, y esta no le ofrecería tan facilmente su poder, pero él era el único capaz de hacerlo ahora.

Con las últimas palabras, la alinelensia vibró muy violentamente, casi tirando a Alres. Un dolor inmenso inundó el alma de Alres, como si se le desgarrase, y un grito agónico hizo que su alma se dividiese, impactando una de ellas en la roca en el nacimiento, y la otra, según vio Alres en su último suspiro, pareció entrar en la puerta.

-Todo se acabó... No puedo hacer nada ya... Ahora que mi vida empieza a dormir, siento que apenas viví... Lo siento, no pude terminar...


-Esto fue lo que pasó aquel día, el último día que vi a Alres-dijo Sey Ha con un hilo de voz-.

Helena estaba pálida, quería saber que pasaba con aquella extraña piedra, pero aquel relato le pareció cruel e increíble. Poderes mágicos, druidas con cientos de años... Era todo tan increíble...

-Siento no poder explicarte todo esto, pero ni yo me creo del todo esto, tan solo hace unos meses que encontré a Sey Ha, me ha contado tantos momentos, hemos intentado tantas cosas para que yo vuelva a recordar... Pero nada ha cambiado, solo puedo mover objetos pequeños -Dijo Albert, tras un largo silencio-.

-Helena, Albert, quiero buscar el refugio de Negs Syk, tal vez allí encontremos respuestas...

-¿Estás loco? El anciano debió morir hace mucho.

-Recuerda lo que te dije hace tiempo, cuando te conté lo que ocurrió con el círculo. Un druida
atado a un cometido, no puede morir.

-Y el cometido del anciano, ¿no era sellar el círculo y acabar con los Mers Kiash?

-Eso solo es una mínima parte de todo, golondrina. El verdadero cometido del anciano Negs Syk era para mí un secreto que no debía saber, pero que he logrado comprender mientras os contaba el último día con Alres. Su cometido era volver a casa, y llevarse consigo las almas de los druidas que un día vinieron aquí, enamorados de un mundo con tanta energía.

"Pero en los últimos días de libertad de su pueblo, se dio cuenta de que pese a la gran energía que emanaba de la Tierra, no era comparable al mal que habitaba en este mundo. Las riquezas pudrían el alma de los hombres, de hay que los druidas vendiesen nuestros secretos a Roma. El ser humano es tremendamente cruel con su mundo y consigo mismo, por eso Negs Syk quería marcharse de aquí y llevarse a los suyos. Ese es el cometido del círculo, aparte de arrebatar el poder a los Mers Kiash."

-Espera, espera, ¿has dicho volver a casa? Ni que fuesen de otro planeta -rió Albert-.

-Entonces, ¿cómo crees tú que unos cuantos tenían poder para mover objetos, crear flujos de energía, mientras otros tan solo podían intentar domesticar el ganado o buscaban como plantar una semilla? Nosotro vinimos cuando el hombre empezaba la llamada Edad de los Metales. Eran apenas unas decenas en todo el mundo, pero con el tiempo fuimos miles en un continente.

"Has estudiado las ruinas Mayas y Aztecas, ¿verdad?. Pues esos pueblos no rezaban a un Dios, rezaban a un druida. Los dibujos y el idioma de estos pueblos decían que su Dios bajó a la Tierra y les dió sabiduría. Tenían poderes mágicos, y tantas otras cualidades. Pues no eran más que druidas, adoraban a un druida al que un día unos cuantos vieron como hacía algun conjuro de algún tipo, y creyeron que era aquel Dios al que oraban cada día."

-No puedo creerte Sey Ha, ¿cómo van a venir los druidas de otro mundo? Ni siquiera estamos seguro de que haya vida en otros planetas, y me pides que crea que vosotros vinisteis de otro mundo. No, no puedo creerlo.

-Albert... Yo creo que si le creo. A mi padre le encanta la Astronomía, participó en la creación del telescopio más grande del mundo, y hace poco me contó como llegaron a ver un planeta con colores similares al nuestro, en un sistema cercano al nuestro, creen que se trata de agua y vegetación. Según mi padre es del tamaño de Saturno, con lo que es mucho más grande que la Tierra... Creo que si que puede haber vida allí -La voz de Helena era temblorosa, como si tuviese miedo de sus palabras-

"Es ella... Está destinada a guiar a Albert a la esencia de Alres..." Pensó Sey Ha.

-Rigel Kentaurus, es el sistema donde están nuestros orígenes.

-El segundo más cercano al Sistema Solar. Albert, no puede ser otra cosa. Fíjate en la situación, una piedra con conciencia propia, magia... ¿Crees que nosotros somos capaces de crear cosas así?

-Todo es tan confuso...

-Albert, hace solo unos días no recordabas a Helena, te asustaste cuando te hablé la primera vez. Ahora eres capaz de recordar muchas de las historias que te he contado desde que estoy en tu poder... La profecía que Alres compuso antes de marcharse, habla de el destino, de el regreso del que rompería el sello para continuar, y que una mujer le guiaría hasta el regreso. Todo está pasando, tu has roto el sello, me has encontrado, y la parte del alma de Alres que permanece en la roca, has sido capaz de despertarla, recuerda la cara de agua. Y no nos olvidemos de Helena, te parecerá casualidad, pero a sido ella quien te ha querido convencer de que venimos de otro planeta, te está guiando, aunque no lo sepa...

-Tal vez tenga razón Albert... Al fin y al cabo, yo también oigo a Sey Ha, alguna razón tendrá, ya sea el destino o simplemente que yo tambien pertenezca a esa casi extinguida estirpe de druidas -Sus palabras eran muy convincentes-...

-Dejemoslo por hoy, estoy cansado... Necesito pensar.

-De acuerdo, golondrina. Helena, vuelve mañana, tengo cosas que tratar contigo...

jueves, 25 de junio de 2009

13. Voces.

Albert gritaba, oía una voz en su cabeza, le decía cosas extrañas, le llamaba Alres. No soportaba aquello, nadie más oía esa voz, los doctores llamaron a psiquiatras para que le tratasen pero nada de lo que le recetaban calmaba esas alucinaciones. Hacía días que estaba totalmente descontrolado, le habían ubicado en una habitación más apartada de todas las demás, se pasaba horas gritando, incluso había momentos en los que tenían que amarrarle a la cama, pues se intentaba dar golpes en la cabeza. Solo se tranquilizaba con Helena, esa chica que cada día le había ido a visitar durante horas, incluso a veces comía allí, con él.

Por lo que pudieron explicarle, esa chica fue la que avisó a la ambulancia, y que llevaban días saliendo a pasear juntos, pero por más que él intentaba recordar, no lograba hacerlo, y nadie lograba encontrar una razón al porqué de aquellos repentinos cambios de estado cuando ella entraba en la habitación. Para Albert era como si esa voz se callase, una calma absoluta, en las que se perdía en la mirada de Helena mientras ella le leía cosas que él mismo había escrito en una libreta, era una especie de diario imaginario, pues hablaba de una roca que hablaba, un druida con trescientos años, y ese tipo de cosas. A Albert le encantaba oírla leer esos textos, y sentía su mente mucho más relajada, pero había algo que en todos aquellos días no le había podido contar a Helena, y que temía hacerlo, por miedo a que pensase que se había vuelto más loco de lo que ya creían los médicos.

En su mente aparecían cada noche, mientras dormía, imágenes de un bosque, fuego, luces, gente con túnicas corriendo entre los árboles y creía que estaba relacionado con aquella roca, pero no podía ni quería creer que las historias de su libreta fuesen para nada verdad, eran cuentos sin más, historias inventadas tal vez en sus días más sobrios y aburridos. Sin embargo, cuando le decían que se quitase el colgante, se alteraba mucho, se volvía incontrolable, gritaba de nuevo, y no dejaba que se acercase nadie, salvo Helena, que era la única capaz de tranquilizarlo.

Tenía que hacerlo, tenía que decírselo. Ahora mismo era la persona en la que más confiaba, pese a que no la recordaba, para él, la primera vez que la vio, fue el día en que despertó en el hospital y ella entró a verle. No sabía como empezar. Esa voz volvió a surgir de la nada, diciéndole que debía darle el colgante a Helena, que era la única forma de recuperarle. Volvía a delirar, apretó sus puños, agarrando las sábanas, se puso rojo de rabia.

-¡Quitameló! ¡Esa maldita voz! ¡Quitamé el colgante! -se desesperó Albert-.
-Tranquilo Albert, tranquilo. Te lo quitaré, pero estate quieto, deja de moverte -intentó tranquilizarle, asustada-. Mira, ya está, yo lo guardaré, lo pondré con mi piedra.

Silencio. Solo oía la dulce y suave voz de Helena, todo estaba tranquilo. Estaba mareado, y casi se cayó de la cama, Helena le ayudó a tumbarse, recostandolo y acomodándole la almohada. Ella escuchaba unos chasquidos, producidos por algo que vibraba. Cuando se sentó en el sillón junto a la cama de Albert, notó que la vibración venía de los colgantes, los dos vibraban a la vez, produciendo un extraño castañeo. La roca del colgante de Albert brillaba, como si tuviese luz propia, centelleaba, como si soltase chispas al roce con su colgante, era como una lucha entre dos fuerzas.

Agarró la piedra de Albert, buscó alguna rendija donde se pudiese albergar una pila, que era lo único que le parecía lógico para que la piedra vibrase, pero no encontró nada, era una piedra perfectamente entera, la única muesca era por la que pasaba la cuerda con la que ceñía el colgante al cuello.

Dejó el colgante en su bolsillo, lejos del suyo, y Albert pareció despertar de un sueño, miró a Helena, que tenía en su rostro el reflejo de la incertidumbre, de no entender que pasaba. Albert la vio convulsionarse en silencio, en un ahogado llanto de desesperación. Albert, su mejor amigo, no la recordaba, no recordaba sus anteriores encuentros, y ella se sentía culpable por no haber estado más atenta al camino, para poder avisar antes a Albert. Si ella hubiese estado atenta, no habría pasado nada, se decía continuamente en aquel momento.

-Helena, ¿te ocurre algo? Estas llorando... -la mirada de Albert era triste al ver a su mejor compañera en aquel estado-

No obtuvo respuesta, Helena dejó de convulsionarse, alzó la mirada, buscando la mirada de Albert, y sonrió, con aquella espléndida sonrisa que tanto le gustaba a Albert, y en su mirada no había rastro de lágrimas, tenía una mirada dulce, y esos ojos, le daban paz, podría perderse horas en ellos. Ella se levantó de su asiento, se dirigió a la ventana al fondo de la habitación, y se volvió a colocar el colgante de Albert. Estubo unos minutos quieta, sin hablar ni moverse hacia Albert, pero cuando se dió la vuelta, clavó su mirada en la de Albert, y sus palabras le dejaron sin respiración:

-¿Te llamaba Alres? Y a mi Shel Enha, ¿verdad? -Ahora temblaba-. Albert, le escucho, escucho a Sey Ha... ¿Qué está pasando? ¿Qué son estas voces?

viernes, 19 de junio de 2009

12. La despedida.

La noche empezaba a caer en el bosque, y Alres concretaba los últimos preparativos antes de su ida, de la cual tal vez nunca volvería. Conversaba con Sey Ha, contándole los planes que tenía para poder cerrar el círculo. Se marcharía por una puerta dimensional, que le permitiría, si todo salía bien, volver para cerrar el círculo fuera del peligro de los Mers Kiash, que podían dar al traste con todo el trabajo de estos años.

A Sey Ha la idea le parecía imposible. ¿Una puerta? ¿Hacia dónde? Sabía que los druidas más experimentados tenían ciertos poderes, podían mover objetos, controlar el agua, pero no tenía conocimiento de que pudiesen crear objetos, ni mucho menos puertas dimensionales... Le parecía que Alres jugaba con él, sin embargo sabía que hablaba en serio, él no bromearía con este tema, no sabiendo lo que le había costado reunir a los silares hasta ese momento.

Alres le decía que necesitaba de su conciencia para todo el proceso, pues debería albergar recuerdos fundamentales de cómo terminar de cerrar el círculo. Le explicó cómo tenía que hacerlo paso a paso, y todo lo relacionado con la profecía que Negs Syk creó para que esto pudiese cumplirse. La profecía hablaba de dos personas, un hombre y una mujer, que harían de los dos silares que faltaban, uno de ellos debía ser el canalizador del proceso, el otro debería actuar como el último silar. No sabía como acabaría todo aquello, porque si Alres mandaba solo a una persona a la puerta, él mismo, ¿cómo haría para hallar la otra persona? ¿Sería designada por suerte?. No le cuadraban las cosas, algo faltaba.

-Amigo Sey Ha, todo está planeado para que pase, es el destino, debes fiarte de él, y de mi. Recuerda que el silar que murió, tuvo que hacer algo para poder sellar su parte, algo que todavía no hemos descubierto, pero que con el tiempo se hará. No sabemos como, ni cuando, pero pasará.

Solo faltaba encontrar la forma de abrir la puerta correctamente, para que pudiese volver cuando todo estuviese más tranquilo y poder cumplir su misión. Nunca antes había hecho algo así, y no estaba del todo seguro, pero sabía que era la única manera de solucionarlo todo.

Al caer la noche, solo le quedaba por hacer una última cosa, sellar a Sey Ha y la fuente para que nadie les descubriese. Lo haría al amanecer, estaba cansado y desanimado por todo el trabajo que estaba haciendo. Sey Ha le decía que todo saldría bien, sabía del poder de Alres, en el pasado había hecho muchas cosas, cosas grandiosas, confiaba en él, aunque Alres no lo hacía en si mismo en aquel momento.

Cuando el cielo oscureció totalmente, y solo se veían las estrellas, Alres decidió dormir y descansar para el día que le esperaba. Sey Ha relucía encima de su túnica, brillando, rebosante de poder. Le echaría de menos, era un muy buen compañero, muy inteligente. Era su obra maestra, la alinelensia perfecta, totalmente pura. Le costaba mucho pensar que tal vez no la volvería a ver en muchos años, o tal vez para siempre, pero intentaba apartar esos pensamientos de su cabeza, así que se acostó en su camastro, apagó la vela que iluminaba la pequeña choza, y Sey Ha le hizo dormir en cuestión de segundos.

Su noche no fue reconfortante ni estaba descansando bien. Sus sueños no eran tranquilos, en ellos veía guerras, túnicas blancas manchadas de sangre, un bosque en llamas, oía gritos de dolor, llanto, y la vio a ella, escapando entre los árboles con una elegancia digna de un ave, apenas rozaba los árboles, pero sus movimientos eran asombrosamente ágiles y rápidos. Quedó impresionado con esa visión, y de algún modo, supo que jamás lo olvidaría.

Su pelo oscuro contrastaba claramente con la falda blanca que llevaba, y sus grandes ojos destacaban junto con sus labios en su suave rostro. Ella no le vió, seguía corriendo entre los árboles, y él se limitó a seguirla, esperando alcanzarla y poder verla de cerca. No lo conseguía, ella era demasiado rápida, estaba lejos de su alcance, pero no se daba por vencido, debía alcanzarla. Corrió y corrió con todas sus fuerzas, Sey Ha le ayudaba con palabras de ánimo, y parecía que la alcanzaba poco a poco. Cuando por fín la tenía cerca, en un sorprendente quiebro ante un árbol, la perdió de vista, y lo único que volvió a ver, fue una pequeña ave salir de la maleza, una golondrina.

Había encontrado su ave, su mensajera de la sabiduría, y desde aquel día, empezó a tallar una golondrina en una gran roca, en su pico llevaría una réplica inactiva de Sey Ha, la misma forma, el mismo color.

Se despertó, sobresaltado. Hacía mucho que no tenía ese sueño, ese recuerdo, que le produjo un estado sombrío, de soledad y añoranza. Hacía mucho de aquello, cuando él apenas había comenzado a aprender el camino de un druida. Fue el comienzo de la caida de los druidas, el primer ataque romano, cerca de Francia. Desde aquel día, no volvió a ver a aquella mujer, pero recordaba perfectamente su rostro, sus ojos.

-Alres, siento molestarte, pero es la hora... Debemos hacerlo -Le recordó Sey Ha-.

jueves, 18 de junio de 2009

11. Empezar de cero.

Una nueva descarga del desfibrilador en el cuerpo de Albert, y el monitor de constantes vitales pitó, dando señales de pulso. Helena ahogó un grito de angustia. Sus padres aún no habían llegado y ella era la única que estaba allí, con Albert. Las imágenes de Albert sangrando, con los ojos en blanco, apretando su mano, la martilleaban. No había podido avisarle de que estaba fuera del arcén, y cuando pudo hacer algo, no lo logró. La cabeza de Albert había chocado contra el asfalto, aunque él pareció no darse cuenta, pues pudo seguir hablando momentos después, aunque poco.

Estaba asustada, nunca había visto sangre de aquella manera, ni mucho menos, tener que ver a alguien que le importaba de aquella manera, recibiendo descargas en el pecho para evitar que muriese. Era traumatizante para ella. Se sentía culpable.

En sus manos acariciaba a Sey Ha, que se la quitaron a Albert para poder manejar mejor los instrumentos. Le transmitía cierta tranquilidad, notaba un pequeño cosquilleo en sus manos, y le parecía que la piedra brillaba ahora, incluso de día. Cogió la alinelensia que ella también poseía, y apretó las dos juntas. En ese momento, una descarga eléctrica le hizo separar las manos. Sey Ha vibraba, como si tuviese vida propia, cosa imposible en una simple roca, o eso es lo que ella creía...

-Perdona, ¿eres tú la chica que estaba con Albert?-Dijo alguien, con acento extranjero-.
-Si, si... ¿Son ustedes los padres?
-Si. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Albert?
-Íbamos a las afueras, dando un paseo, y un coche pasó por el lado de Albert, y tubo el tiempo justo de saltar hacia atrás, pero al caer... Se golpeó la cabeza -relató con la cabeza gacha-.
-¡Dios mío...!

Helena no sabía que decir, acababa de darle la noticia de que su hijo tuvo un accidente, y su madre estaba llorando sobre el hombro de su marido. De la sala donde atendían a Albert, salió un médico, con sangre en las manos.

-Su hijo se recuperará. El golpe a sido aparatoso y ha perdido bastante sangre, pero vivirá, gracias a esta chica, que llamó rápidamente a la ambulancia -añadió mirando a Helena-. Aun nos faltan por hacer algunas pruebas para saber la gravedad del golpe, pero al menos está fuera de peligro.
-Gracias, doctor. ¿Cuándo podremos verle? -Preguntó el padre-.
-Ahora mismo necesita descansar, en unas horas podrán entrar, pero de uno en uno, por favor.
-De acuerdo, muchas gracias de nuevo, doctor -Añadió-.
-No tienen que dármelas, es mi trabajo.

El doctor entró en la sala contigua, y dejó a los padres y a Helena en la sala, en un incómodo silencio.

-¿Cómo te llamas? No nos hemos presentado, nosotros somos Carles y Fàtima -dijo el padre, con rostro cansado pero amable-.
-Encantada... Yo soy Helena.
-¿Quieres qué te llevemos a casa? No queremos que tus padres se preocupen, y deberías descansar...
-No, me quedaré aquí, llamaré a mis padres y les diré lo que ha pasado. Quiero ver a Albert... -su corazón latía con fuerza-
-Como quieras... Y si tan importante es para ti verle, puedes pasar primera, ya que fuiste tú quien llamó a la ambulancia, te debemos una -le propuso Carles-.
-¿De verdad? Muchísimas gracias -sonrió Helena, abrazando al padre-.

Pasaron varias horas, eternas les parecieron a los tres. Los padres de Helena quedaron en venir después de cenar y conocer a los padres de Albert. Ahora estaban todo allí, con Helena contando lo que pasó, y también cómo se conocieron.

Un enfermero salió de la habitación donde estaba Albert.
-Puede pasar el primero, acaba de despertar -les comunicó a los presentes-.
-Helena, adelante, te espera -le sonrió Carles-.
-Gracias -se sonrojó-.

Entró en la habitación, y el corazón se le encogió. Albert estaba tumbado, con la cabeza cubierta de vendas. Su cara estaba hinchada, con los ojos cargados de ojeras. Tenía le mirada perdida en el techo, y parecía que no la había oído al entrar.

-¿Albert? ¿Cómo te encuentras? -se interesó-.
-¿Eh? Perdona, pero ¿quién eres? -preguntó, con cara extraña-.

Un pesado yunque cayó sobre Helena. No la recordaba. Y no sabía cómo reaccionar ante eso. Quiso llorar, gritar, pero sabía que no conseguiría nada. Sintió que algo palpitaba en su bolsillo, y recordó que tenía guardado el colgante de Albert. Se lo sacó del bolsillo, y lo sujetó en sus manos, con lágrimas apunto de caerles por la cara.

-Soy Helena, Albert. Ten esto, es tuyo, te lo quitaron los médicos para poder curarte -Le contestó, tendiendole el colgante, apunto de romper a llorar-.
-Gracias, Helena. Por cierto, eres muy guapa, ¿sabes? -le sonrió Albert-. Dime, ¿porqué estas aquí? ¿Nos conocemos?

miércoles, 17 de junio de 2009

10. El último.

Alres despertó una tranquila tarde, en su pequeña cabaña. Hacía días que sabía que estaba en peligro, y con él, todo el trabajo que llevaba varios años haciendo. Aquella tarde, era muy importante, debía recibir al penúltimo de los silares. Estaba tan cerca de lograr completar su vida... Pero sabía que algo pasaba. El aire le transportaba el olor de una presencia humana, aún lejos, pero que no era quién esperaba aquel día. Sabía que le propondría aquella persona, y dadas las circunstancias, no sabía que hacer. Se hallaba en una lucha interna, podía vivir para siempre tranquilo si aceptaba, o vivir escondido, como hacía desde aquel día en que Negs Syk le encomendó la misión de cerrar el círculo.

-Ni se te ocurra pensar eso, Alres -le recriminaba Sey Ha-. No te lo permitiré.
-Ah, viejo amigo. Se que me encomendaron esta importante misión, pero cada día que pasa, me siento más cansado, más viejo... Y necesito paz. Nunca antes había usado mis conocimientos para tener que ocultarme, incluso para proteger mi vida de otros druidas. Ya no se en quien confiar, y las guerras que azotan el mundo conocido, son en parte culpa de los druidas, sean Mers Kiash o blancos, ya que entre todos, permitimos esta masacre.
-Alres, estás delirando. ¿Cómo puedes siquiera pensar que los blancos tenéis algo que ver con esto? Los Mers Kiash quebrantaron nuestro código para conseguir poder, riquezas, y eliminarnos.
-Si, Sey Ha, pero nosotros pudimos hacer algo, que conllevaba a perder a nuestro maestro. Había una forma de volver a atraer a esos renegados, y no tuvimos el valor de usarlo, por no miedo a perder a Negs Syk. Y ahora, después de todo este trabajo, él se ha marchado, pues no tenía nada más que hacer aquí, su misión me la encomendó a mí, y ahora todo está en peligro.

"Seguimos sin noticias del último silar, y Rist Igor debería haber llegado hoy... Sin ellos, todo mi trabajo habrá sido en vano, y no tendré paz."
-¿Y piensas abandonarlo todo? No te reconozco, Alres. No eres aquel orgulloso druida que me creó, otorgándome el poder de almacenar conciencia totalmente independiente de la tuya. Somos muy pocos como yo, alinelensias totalmente puras, energías, rebosantes de poder, y menos aún los que saben usarlas, como tú. No estoy dispuesto a convertirme en el arma que se han convertido otras alinelensias, sus conciencias no son limpias, albergan odio hacia sus semejantes, conspiran contra todos los blancos. Y tu ahora, piensas en abandonar todo esto y venderte a ellos, para no tener que esconderte ni vagar por estas montañas.
-¡Calla! No eres nadie para decirme que debo hacer, yo te convertí en lo que eres, he sabido encontrarte una forma, darte un poder que nadie antes ha logrado. Puedes encontrar a los blancos, sabes como localizarles, y eso me proporcionaría total libertad. Podría completar el círculo desde dentro...
-Es un plan absurdo -zanjó la piedra-.

"Viejo amigo, ojalá todo fuese más fácil, ojalá hubiese otra manera."

Una presencia que no había detectado, le sobresaltó. Eran buenas noticias, era el penúltimo.
Hicieron todos los preparativos, se dirigieron a la roca del nacimiento, y comenzaron a concentrar sus energías para sellar su parte del círculo. Rist Igor le preguntó como pensaba cerrar del todo el sello, si uno de los silares murió, y eso le abrió los ojos. No lo recordaba, había estado tanto tiempo buscando a los silares, que se olvidó de uno, al que él mismo vio morir. Sin embargo, él no podía sellar solo el último tramo, debía hacerlo junto a otro druida y una alinelensia... Dejó de pensar en ello, ahora mismo tenía que cerrar esa parte.

-Alres, largos años llevo esperando este momento. El reinado de los Mers Kiash ha sido cruel y despiadado, no han conocido el perdón hacia los suyos, ahora debemos cerrar esto y guardar nuestros secretos... No pueden caer en malas manos. Todo está en tus manos, Alres...
-Lo sé, y es una pesada carga. No se que pasará cuando lo complete, o si llegaré a hacerlo...
-Por nuestro bien, más vale que todo nos salga bien, amigo.

Era cierto, todo dependía de él, Alres, un anciano druida, al que le había sido confiado todo el secreto de los druidas. No podía darles la espalda a todos los siglos de vivencias de sus antecesores, sin embargo, no veía luz al final del túnel, no veía una salida. Faltaba una pieza, la última pieza.

Una descarga...

martes, 16 de junio de 2009

9. Miedo.

No sabía que decir, que hacer, estaba confuso, en su mente bailaban imágenes de los días anteriores a la marcha de Albert a Frachey, cuando se sinceró con esa chica que tanto había querido. Ese día todo le salió bien, ella no se enfadó, ni se molestó, al contrario, parecía que ella quería ayudarle con todo esto, quería ayudarle a olvidarla. Pero hoy era todo distinto, lo que sentía por Helena era distinto, su amistad era más fuerte, y eso le atemorizaba, temía perderla, y a Helena también. Por otro lado, estaba harto de esperar, de ocultar sus sentimientos, ya no quería dejar pasar más oportunidades. La quería. Las quería. Una y otra vez, esas palabras martilleaban su corazón.

-Albert, debes tranquilizarte, vas a explotar -le decía Sey Ha-.

Helena estaba frente a él, tan bella como siempre. Sus ojos, su tez, sus labios... Se sentía demasiado atraído por todo aquello, deseaba lanzarse a sus labios, y acariciarlos con los suyos, pero el miedo se lo impedía, el miedo y su cobardía, el no saber enfrentarse a aquello le hacía odiarse por momentos.

-¿Estás bien? Te estás poniendo pálido... -preguntó ella-.
-Si, si... Perdona, estaba pensando en cosas...
-¿Te apetece dar un paseo por las afueras? Tal vez te despejes -una cálida sonrisa...-.
-Claro, donde tu quieras, no me importa andar.

Decírselo. No decírselo. ¿Qué debía hacer? Ansiaba decírselo, no le gustaba guardar ese tipo de secretos, pero su miedo le hacía echarse atrás, le impedía hacer lo que quería...

-Este fin de semana vuelvo a Nápoles... Estaré casi un mes allí -dijo sombría-.
-¿Tanto tiempo? ¿No hay nada que hacer para que te quedes? -un golpe bajo, pensó él-.
-No... Ya te lo dije, mi padre viaja mucho, y cuando se tiene que ir de aquí, pues me vuelvo a Nápoles... Lo peor es cuando me tengo que quedar allí los 9 meses de instituto... Solo vendría en Navidades y algún fin de semana...

Un jarro de agua helada le cayó por la espalda. Era cierto, aunque consiguiese algo con Helena, ella volvería a irse, y no sabía si ella estaría dispuesta a una relación de ese tipo. Él pensaba que si lo estaría, no le importaban las distancias, y al fin y al cabo, el trabajaba sin horarios, podía ir a visitarla algún fin de semana...

Eran tantas las cosas que le pasaban en ese momento por la cabeza, que no estaba aprovechando el tiempo que estaba pasando con Helena, paseaban por las calles sin hablar, no sabía que decirle. Ella parecía pensar más en su ida de Frachey a Nápoles que en otra cosa.

El sonido del claxon de un coche, sacó a Albert de sus pensamientos. Sin darse cuenta, se había salido del arcén y caminaba por el carril de la carretera. Helena tampoco se dio cuenta. Chilló, y Albert estuvo a punto de ser atropellado al ser sobresaltado. La suerte, y sus piernas, le permitieron una segunda oportunidad, pudo dar un salto hacia un lado, apenas 2 segundos antes de que fuese arrollado. Quedó tumbado sobre el arcén, conmocionado. A su lado, Helena estaba pálida, no podía articular palabra. Aquello le abrió Albert los ojos. Debía hacer algo con su vida, tenía que sacar valor y decirle a Helena lo que sentía. ¿Miedo? Solo es un impedimento, una barrera, y estaba harto de toparse con ella, debía esquivar esa barrera, saltarla. Tenía que decírselo.

-Helena, tengo algo que decirte -Logró decir-.
-Calla, estás sangrando...

Era cierto, tenía una herida en la cabeza, que ahora empezaba a dolerle, y de pronto sintió un mareo, todo le daba vueltas, aferró su mano a la de Helena, y está le devolvió el gesto, apretandole la mano.

La visión borrosa de Helena, con ojos llorosos, hablando desde su móvil, le aterrorizó. Había perdido la audición, no escuchaba lo que ella decía, y su mirada se hacía cada vez más borrosa. Sintió frío, y luego, oscuridad. No veía, no escuchaba, pero sabía que estaba vivo. Sentía aún la mano de Helena.

-¡Albert! ¡Albert! ¿Qué te pasa? ¡Háblame! -Le gritaba Sey Ha en su interior-.

Pero no podía responderle. Por su mente pasaban rápidamente imágenes de su vida, y extrañado, también vió imágenes de la charca, mucho antes de el conocerla. Dirigió su mirada hacia el suelo, vió que llevaba una túnica blanca, y una piedra en su pecho, Sey Ha. Estaba en el nacimiento, decía palabras que no lograba entender, hacía símbolos extraños en la roca, y de pronto, una luz muy potente, salió de ella, impacto en él, y le sostuvo en el aire. Se quitó a Sey Ha, y dijo que volvería. Le estaban buscando, y corría peligro, debía esconderles hasta que pudiese volver.

Notó como le elevaban en el aire, pero seguía sin ver nada. Sintió que se movían con rapidez, giraban. Algo tiraba de él en su interior, como si quisiesen sacarle algo, y de repente, dejó de sentir nada, no escuchaba la voz de Sey Ha, y se sentía en paz.

Silencio...

viernes, 12 de junio de 2009

8. Sentimientos...

La alinelensia extraída de la roca yacía ahora en el cuello de Albert, junto a Sey Ha. Los tres estaban intentando sacar conclusiones de lo que había ocurrido, como cada tarde, desde el día en que sacaron la piedra. El teléfono móvil de Albert sonó, sobresaltándolo. Era Helena.

-Hola, Albert. Espero no molestarte -Su dulce voz acariciaba los sentidos de Albert-.
-No, no. Estaba tumbado sin hacer nada...
-Vago -rió ella- Entonces, ¿te apetece quedar? Si no tienes nada mejor que hacer...
-¡Claro que no! Me apetece mucho que demos un paseo.
-Pues en 10 minutos donde siempre, ¿no? -Albert parecía notar cierto tono de cariño en su voz-.
-Vale, allí nos vemos, hermosa -Se atrevió a añadir Albert, antes de colgar-.

Su padre entró en el cuarto, con la cara desencajada del asombro.

-¿Cómo has aprendido italiano así de rápido? -Le dijo-.
-Pues en el ordenador... Y una chica nueva aquí me está ayudando con la pronunciación. Es de Nápoles.
-Vaya... Nunca lo habría imaginado, mi hijo ligando.
-No te adelantes, es solo una amiga que me está ayudando.

"Más quisiera ser algo más para ella que un amigo..." Se dijo a si mismo, lamentándose.

Sin pensarlo más, se vistió. Normalmente vestía con ropas oscuras, pero aquel día iba a cambiar, se puso una camisa ancha blanca, y un pantalón de tela blanco también. No le gustaba como le quedaba, acostumbrado al negro, marrón o gris.

Al salir de su cuarto, su madre le vio. Se quedó muy sorprendida por aquel repentino cambio. A ella le parecía que su hijo estaba muy guapo, aunque para él, no era así. A hurtadillas, le sacó una foto con su teléfono móvil.

-Cada día te pareces más a Alres -le dijo Sey Ha, en tono lastimoso-.
-¿Por qué? ¿Por ir de blanco? Pues que sepas que no me gusta nada, solo es por cambiar un día.
-¿Y no tiene nada que ver con Helena?
-No... Ya te he dicho que es solo una amiga.
-Claro, pero a ti te gustaría que fuese más que eso.

Le tocó la fibra con aquellas palabras. Era cierto, lo deseaba, deseaba besarla, abrazarla. Su mirada le atraía como un poderoso imán, sus labios le producían pinchazos de deseo en su corazón, que quería unirse al de Helena. Pero...

-Lo se, chico. La otra chica. Le confesaste tus sentimientos, y ella te quiere, pero solo como amigo, y ahora tu corazón está dividido, las quieres a las dos, a cada una de una forma, pero a las dos al fin y al cabo...
-Eres un cotilla, Sey Ha, y no es justo que puedas saber qué es lo que siento -estaba molesto-.
-Lo siento, Albert, pero tu corazón emana sentimientos, y la barrera deja escapar fragmentos de tus recuerdos, no puedo evitarlo, eres tú quién deja salir esos sentimientos.
-¿Cómo puedes saber lo que siento por ellas? Ni siquiera yo estoy seguro...
-Porque yo lo veo desde fuera, no tengo ningún lio como para no saber que sientes, lo detecto más facilmente que tú.

Era cierto, parecía que a Sey Ha, poco se le podía esconder. No le gustaba por una parte, pero por otra, le ayudaba a saber que sentía. Era cierto, su corazón estaba dividido, el lo sabía, pero no sabía qué podía hacer. Sabía que la otra chica, en Boixadors, se había echado pareja, y estaban muy felices, y que el supiese, el corazón de Helena, no tenía aún dueño, y el soñaba con ocupar ese lugar, pero había algo que le atemorizaba... Ella solo estaba alli temporalmente, pasado un tiempo, se volvería a marchar. Su estancia en Frachey era temporal, iba y venía de vez en cuando, pero nunca se quedaba para siempre. También temía perder su amistad con ella, una amistad que en poco días parecía haber tenido una gran crecida. Se contaron muchas cosas de su vida, hablaban de planes, viajes soñados, sueños. Albert quería decirle lo que sentía por ella, pero temía perderlo todo. Ni siquiera sabía si ella sentía nada por él, y si era asi, no lo daba a entender mucho. Todo eso le hacía sentir fatal. Y ahora se dirigía a su encuentro, lo deseaba, sin embargo, no sabía que hacer ni decir.

La quería, las quería... Se sentía mal. Nunca había creido posible querer a dos personas, y sin embargo, ahora lo estaba pasando en sus propias carnes. No le gustaba aquello, no saber que hacer, no tener seguros sus sentimientos, no poder controlar la situación...

Llegó por fin al lugar donde quedaron. El la reconoció enseguida. Su pelo rizado y oscuro, sus ojos y sus labios, los que tanto deseaba besar. Un pensamiento vino a su mente. Lo haría, la besaría. Debía hacerlo... Lo necesitaba. Era una gran locura hacer aquello, se arriesgaba a perderlo todo, pero también sabía que si no arriesgaba, tal vez nunca pasase nada.

-Vaya,¿y ese repentino cambio de color? Nunca te había visto vestido tan de blanco -Le recibió una preciosa sonrisa-.
-Ya bueno... Por cambiar un poco. Se que no me queda bien...
-Al contrario, te sienta muy bien, estás muy guapo...

El corazón se le aceleraba por momentos, su mirada, sus labios, su mirada, sus labios... No sabía cuanto tiempo aguantaría... La quería tanto...

miércoles, 10 de junio de 2009

7. El momento.

Acababa de terminar de cenar y le dijo a sus padres que había quedado con un chico nuevo también en el pueblo, para dar un paseo por el parque.

Aquel chico, Albert, había despertado un gran interés en ella. El día anterior cuando le saludó, se fijó en sus ojos, eran marrones con vetas verdes, le parecieron muy bonitos. Su expresión seria y serena le transmitía confianza y tranquilidad, sin conocerle de nada. Su cuerpo, nada especial, estaba marcado de arañazos en brazos y piernas, como si hubiese pasado varias veces contra ramas y alambres. En sus piernas advirtió una gran fortaleza, debía andar mucho.

Albert pareció quedarse mudo al verla el día anterior, y eso la hizo sonrojar, aunque Albert no lo notó. Ella tampoco imaginaba como se sentía él. Aquella mirada, aquella mancha que a él le parecía hacer a Helena tan especial, su voz... Todo aquella la hacía parecer perfecta a los ojos de Albert, como una musa en la que inspirarse. Y ahora ambos se encaminaban al mismo son hacia el parque, para encontrarse.

Los dos llegaron casi a la vez, se saludaron cerca del mirador, junto a un banco, y se sentaron. A Albert le pareció que estaban muy juntos, se sentía extrañamente atraído y ruborizado.

-Sois como dos colegiales -Se rió Sey Ha-.

Albert se encendió al instante y recriminó, avergonzado, a Sey Ha.

Mientras Helena y Albert hablaban de cómo fue el viaje de cada uno, el porqué de las mudanzas a aquel pueblo y la casualidad del encuentro de ayer, Sey Ha se hallaba inmerso en sus recuerdos, intentando recordar si su dueño, Alres, le dijo algo más antes de cruzar. En el interior de Albert, se encontró con aquella barrera que descubrió por la mañana. Inexplicablemente, allí junto a Helena, la barrera parecía a punto de quebrar, pero Sey Ha intuía que no le gustaría lo que viese.

-Albert, es la hora, debemos intentarlo.
-De acuerdo... Pero, ¿cómo hago para llevarla hasta la roca...?
-Tu sabrás, es tu chica -dijo Sey Ha riéndose-.
-No seas bobo -zanjó Albert sonrojándose-.
-Tal vez no lo sepas, pero en ti hay un gran sentimiento por ella, aunque también veo algo más, tu corazón, tus sentimientos, están divididos, pareces estar entre dos chicas, y no sabes que hacer..
-No me gusta que puedas sondearme, yo también quiero tener mis cosas en secreto, cotilla.

Sey Ha rió, aunque en el fondo sabía que Albert estaba molesto por aquello.

-Helena, ¿nos acercamos al mirador? Quiero observar las vistas que hay desde allí, podemos sentarnos en la roca...-El corazón se le aceleró-.
-Claro, ya te dije que lo mejor es de noche, la vista es preciosa -dijo, con una amplia y preciosa sonrisa-. Esa roca tiene algo especial, desde que vine, cuando necesito relajarme vengo aquí y me siento sobre ella y miro el paisaje.
-Pues vamos, te ayudo a subir -propuso Albert-.
-Buen comienzo, Albert -le dijo Sey Ha palpitando suavemente-.
-¿Has dicho algo? -preguntó Helena-.
-¿Eh? No, no he dicho nada.

No era posible que hubiese escuchado el comentario de Sey Ha, sin embargo, esa pregunta le había despertado cierto temor ante esa posibilidad.

-Es la hora, Albert, colócame en la piedra -le insistió Sey Ha-.

Suavemente, se quitó el colgante, lo apretó en su puño y lo dejo apoyado en la roca. Helena lo miró, le resultó familiar.

-¡Anda! Yo también tengo uno como ese. No se que piedra es, pero por las noches brilla -con una encantadora sonrisa inocente-. ¿Te lo regaló alguien?
-¿Tienes uno? Creía que no... Ehm, creía que solo había uno, éste. Lo encontré en un río, hace tiempo, y es muy antiguo.
-Mira, el tuyo también brilla, pero su color es distinto. El tuyo es más luminoso, ¿ves? -sacándose su propio colgante de uno de los collares que adornaban su fino cuello-.

Albert lo reconoció enseguida, esa alinelensia la vio hace unas horas, en un sueño... Era una alinelensia no pura, o semi pura, pues su color era distinto de las que había visto, como si hubiesen tratado de limpiar el mal de su interior. Su tono era parecido al de Sey Ha, pero más oscuro y de brillo apagado.

Mientras él intentaba descifrar aquel momento, Sey Ha hablaba con la alinelensia de la roca, no recordaba el nombre de su dueña, ni el suyo. Pero sentía una energía cercana, y Sey Ha creía saber a qué era debido. Shel Enha.

-Albert, intenta que Helena ponga una mano en la roca, por favor -le pidió Sey Ha-.

No sabía muy bien que decirle para ello, pero intentó buscar las mejores palabras, para no dar a entender otra cosa.

-Mira, la piedra parece vibrar, pon las manos -Fue lo mejor que se le ocurrió-.

Dio resultado, un resultado inesperado, la piedra pareció moverse, y ambos se asustaron. La alinelensia de dentro, había reaccionado al contacto con Helena. Sey Ha le preguntó que si aquello había pasado otras veces, pero ella dijo que no, así que sus sospechas se confirmaron. Helena tenía que ver algo en toda aquella historia, pero su esencia aún no había despertado, a diferencia de la de Albert, por eso si había reaccionado, Albert actuó de canalizador de la energía de Helena, y esta reaccionó con la alinelensia de la roca.

-Albert, debes recitar el Arish naks, yo haré el resto -sus palabras salían apresuradas-. Rápido.

Estaba muy desconcertado, y Helena estaba asustada, rodeó la piedra e intentó tranquilizarla rodeándola con un brazo. Le dijo que solo fue un pequeño movimiento de tierra bajo la piedra, aunque sabía que no era nada de eso.

-Si, debe haber sido eso, pero me ha asustado bastante -respondió Helena, sin perder la sonrisa, y agradeciendo con un gesto en su mirada a Albert por animarla-.

Sey Ha le pedía que recitase ya el Arish naks, así que, disimulando, puso las manos en la piedra mientras, mentalmente, recitaba el Arish naks, moviéndose alrededor de la roca, como si buscase algo. Sey Ha notó la presencia de Albert en la roca, e intentó concentrar sus fuerzas en sacar la alinelensia de dentro.

Vio como una especie de túnel del tamaño de la alinelensia se abría, y esta caía poco a poco, hasta que salió, cayendo al suelo. Un chasquido. Albert lo recordaba, era el mismo sonido que escuchó cuando encontró aquel nacimiento. Buscó alrededor de la roca, y vio la pequeña alinelensia. Estaba apagada, aunque notaba una pequeña vibración en su interior.

-Albert, ¿está todo bien? -preguntó Helena-.
-Si, si. Solo miraba si se había desplazado la roca -mintió-.

Sey Ha estaba sobre la roca aún, iluminado. Albert lo recogió y se lo volvió a colocar, y guardó la otra alinelensia en su bolsillo, sin que Helena la viese.

-Creo que es hora de irnos, aún estoy cansado del viaje y se hace tarde. ¿Mañana a la misma hora aquí?
-Estaré encantada, Albert -una cálida sonrisa apareció aquel rostro que tanto le fascinaba-. Ha sido agradable, eres un chico muy majo.
-Gracias, tu también lo eres... Y además muy guapa -notó como se sonrojaba al instante-.
-Vaya, gracias... No me esperaba un piropo de tu parte -ahora era ella quién se sonrojaba-.
-Bueno... Nos vemos mañana. Que pases buenas noches, Helena.
-Tu también.

Se despidieron al fin. Albert estaba colorado y avergonzado aún, pero se sintió mucho mejor al decirle eso.

-Vaya, chico, estás hecho todo un galán -dijo Sey Ha cariñosamente-.
-Calla... No estoy para risas ahora. Hablemos de esta -dijo, sacándose la alinelensia del bolsillo.

martes, 9 de junio de 2009

6. El secreto.

Albert amaneció enfermo, con fiebre, sudores fríos recorrían su cuerpo, causándole escalofríos. No había pasado una noche buena. Tuvo sueños extraños, varias decenas de druidas estaban congregados en un oscuro bosque, entonaban al Arish naks. En sus torsos brillaban alinelensias, algunas con una extraña tonalidad oscura y un siniestro brillo. También las ropas de esos druidas eran distintas. Normalmente eran blancas, estas eran negras, con capuchas para ocultar el rostro. Aquella situación le aterrorizaba, sin saber porqué. Un miedo irracional, producido por el tono de sus voces, las vestimentas, las alinelensias...

Despertó sobresaltado. Le costaba respirar y Sey Ha intentaba relajar su cuerpo desde dentro, aunque algo parecía impedírselo, su propia alma. Sey Ha estaba muy desconcertado, no sabía que hacer, y Albert parecía a punto de desmayarse. Intentó concentrar todas sus energías para desconectar la mente de Albert de ese miedo tan irracional, que provocaba una alteración de todo su cuerpo, célula a célula.

-Sey Ha, por... favor... -Casi no podía hablar, voz era un suspiro-. ¿Qué... está pas...ando?
-No lo sé, ha sido ese sueño, yo también lo vi...

Parecía que Albert mejoraba, su respiración se calmó un poco, y el ritmo de su corazón disminuyó.

-Albert, creo que debo contarte algo relacionado con ese sueño -El tono de Sey Ha no ayudaba-. Tiene relación directa con el círculo.
-¿Cómo? ¿Qué tiene que ver ese sueño?
-Mucho, Albert, por desgracia, tiene mucha importancia -Ahora su tono era frío, sin sentimiento...-.

"Ese sueño, no ha sido un sueño. Fue un echo que marcó el final de los druidas, junto con el ataque romano. Esos druidas, se pusieron al servicio de los emperadores de Roma durante algunos siglos, ofreciendo sus servicios para cazar a renegados. Gozaban de protección política y grandes riquezas. Fueron llamados por la congregación blanca, los druidas de Mers Kiash, los druidas oscuros. La congregación blanca, era la más importante en Europa, Alres tenía silla propia allí, dado su gran conocimiento del poder de la alinelensia. Como habrás visto, yo soy distinta a las de tu sueño. Esas eran alinelensias no puras, manchadas de sangre. No directamente, pero sí por lo sus actos. Desvelaban secretos muy importantes sobre las ubicaciones de varios bosques de reuniones de "los blancos", donde eran asesinados.

Esta sangría, fue la causante de que Alres decidiese salir de Los Alpes, solo con mi compañía. Durante el viaje, intentó transmitirme todo su poder, concentrarlo en mí, junto con su sabiduría y varios recuerdos que él creyó que serían de relevancia en un futuro, para protegerse. No, Albert, no se como murió Alres, ni dónde. Aunque si tengo sospechas, pero como verás, no tengo piernas, y dependo de alguien que se pueda comunicar conmigo para guiarle.

Como te decía, ese sueño, ese echo histórico en nuestra congregación, marcó el fin de nuestra era. Apenas eramos unos cientos en toda Europa, cuando antes, eramos varios cientos en cada país... Los Mers Kiash, destruyeron puntos de flujo de energías, desorientando todo nuestro trabajo de largos siglos. Asesinaron, destruyeron miles de alinelensias, aún sin dueños, o se apoderaron de ellas para volverlas impuras.

En la última congregación de los blancos, el anciano mayor,Negs Syk, decidió dar por concluida nuestra labor, forzosamente. Junto a los demás silares, los máximos representantes de cada región, empezaron a crear el círculo. Alres estaba entre ellos, y yo también, ya que se necesitaban las alinelensias de los silares para proteger el círculo y su poder. Pero el sello no pudo completarse, el círculo quedó semi-abierto. Nos descubrieron, mataron a un silar, junto al anciano, y a este lo hirieron. Alres repelió el ataque, ocultó al anciano en su refugio, y selló la entrada. No podía hacer más, y eso le frustraba. El anciano le dijo que él era ahora el único que podía completar el círculo, pero que debía hacerlo paso a paso, al no poder reunir la congregación de nuevo."

-Espera, ¿has dicho Negs Syk? ¿No es el primer druida conocido? -Este dato le desconcertó, pero le reavivó, respiraba con normalidad y su pulso era normal-.

-Si, por eso es el anciano de la congregación. Nadie sabe su edad.
-¿Quieres decir que Negs Syk podría tener cientos de años? -Solo esa posibilidad le hacía ponersele los pelos de gallina-.
-Alres, antes de dejarme por última vez, tenía mas de 300 años. Un druida, mientras siga ligado a un cometido, vivirá. Eso es lo que los Mers Kiash desconocían de Negs Syk y Alres, y por eso hoy, estás aquí para completar el círculo.

"Deja que siga contándote la historia.

Como te dije, si no podía reunir la congregación de nuevo, ¿qué debía hacer? Debía sellar parte por parte todo el resto del círculo, visitando o dejando sellos como el que tu encontraste, que completarían el círculo.

Alres no paraba nunca en el mismo sitio, pero ya estaba cansado de andar, y decidió llevarnos al lugar donde nos encontraste. Allí hizo varios sellos, y llamó mediante sus golondrinas a los integrantes que quedaban del círculo. por desgracia, faltaba el silar que murió junto al anciano, así que Alres selló su parte con la alinelensia de este. Desgraciadamente, las cosas no salieron demasiado bien, al desprenderse de mí, parte de su poder se quedó conmigo, y el sello no logró salir perfecto. Alres quedó maltrecho, una brecha en su alma le impedía seguir viviendo como persona, así que creo el último sello, el que tu has abierto. En él, me dejo a mi. Usó sus últimas fuerzas en este sello, y talló la golondrina del reverso, a modo marca, para que el elegido, supiese que era el último. Esperé durante años. Incluso varias guerras y búsquedas de oro. Pero por suerte, Alres hizo conmigo un sello perfecto. Antes de morir, creo la llave en mi también, la llave que abrió los canales en la roca. Esa figura que tanto te asombró el día que nos descubriste, no es más que Alres, en agua. Introdujo su ser en esa piedra, para asegurarse de que el último llegase algún día, por eso escuchaste esos chasquidos, esa piedra al caer. Por eso, te sentiste atraído por ese lugar. Alres me dijo, antes de desaparecer para siempre, que el elegido sería el, que volvería al volver a cruzar la puerta. Dijo algo más, algo que no pude recordar hasta que vi tu sueño. El último Mers Kiash murió, ese era el momento de que Alres volviese. Sin embargo, él dijo que le reconocería, que sabría que era él, porque solo Alres, o quien el destinase, podría abrir el sello.

Te he sondeado día tras día, mientras dormías, pero no he encontrado en ti un ápice del poder de Alres, ni un rastro de su ser, es como si tú fueses otro druida distinto, cosa imposible. Sin embargo, tienes poderes, puedes hablar conmigo, mover objetos, abriste el sello... Por eso al principio creí que eras Alres, pero ahora, pierdo la esperanza... Aunque tengo la certeza de que tú eres el que cerrará el círculo, por todo lo que te dije antes. Y siento decírtelo, pero creo que la aparición de Shel Enha no ha sido una mera casualidad. Una chica, la golondrina en su hombro, y esa extraña sensación que sentí al verla a través de ti. Me resultó conocida, pero no encuentro un porqué..." -Sus últimas palabras sonaron tristes y apagadas-.

-Sey Ha, se que te parecerá extraño que sea yo el que te lo diga, después de todas las discusiones que hemos tenido, pero creo que tienes razón. Desde que vi a Helena, siento algo distinto en mí, una conexión con ella. Y esa mirada... no se porqué, pero tiene algo en ella, que parece contener cientos de años de experiencia, de vivencias de todo tipo... Y también noto algo distinto en mi mente, otra percepción, no se como explicarlo, pero creo que es algo que te impide llegar a sondear una parte de mi -Albert no podía haber pensado nunca que él diría todo aquello-.

-Si, es muy extraño que me lo digas precisamente tú, golondrina silvestre -Era la primera broma que hacia Sey Ha-. Pero bueno, bajemos a comer, y recuerda tu cita de esta noche... Debemos intentar sacarla de la roca, y comprobaremos si Helena o Shel Enha, tienen algo que aportar a todo esto...

Albert sintió por primera vez, como Sey Ha se introducía en su cuerpo, intentando observar lo que él hacía desde dentro, hasta que poco a poco, sintió que volvía a la piedra.

-Pequeño, es cierto lo que decías, no puedo acceder a todo tu ser...

domingo, 7 de junio de 2009

5. Ella... ¿Porqué?

Helena, Shel Enha. Eran la misma persona. Sey Ha vibraba violentamente en la mano de Albert, la luz que emitía casi traspasaba la opacidad de la piel y los huesos de su mano, dejándose ver. Por suerte ella no se dio cuenta, seguía allí, mirando a Albert con aquellos ojos. Albert no podía sostener su intensa mirada, la desviaba a sus labios. Le parecía perfectos. Se sintió fuertemente atraído por ellos en aquel momento, y se sentía muy incomodo allí, frente aquella chica.

Pasaron unos largos segundos hasta que Helena puedo hablar. También ella parecía encontrarse con un amigo, sin embargo estaba segura de que nunca le había visto.

-No creo que nos conozcamos, nunca he salido de Nápoles -Dijo con una voz cantarina y alegre-. Tal vez me parezca a alguna amiga tuya de Boixadors.

Acababa de darse cuenta de que aquella palabra, Boixadors, la había pronunciado con acento italiano perfecto. Estaba hablando en italiano con Helena. La entendía perfectamente, y él lo hablaba perfectamente, también.

-Aunque debo reconocer, que tu italiano es perfecto para ser español -Apuntó Helena, con una mirada cautivadora-.

-Si, bueno... Se me da bastante bien -Mintió Albert-. Bueno, he de irme, es la hora de la cena y tengo que deshacer mis maletas. Si quieres... Podemos vernos mañana aquí, a la hora que te parezca...

-De acuerdo. Este lugar por la noche es aún mas impresionante, y esta roca emite una suave luz, como una de esas pegatinas que se iluminan por la noche. Te espero aquí sobre las diez, después de la cena.

-Vale. Ehm... Helena, encantado de conocerte -Estaba tremendamente sonrojado, y le costaba hablar-.

Helena no dijo nada más, pero sonrió, con una sonrisa deslumbrante y cálida, dio la vuelta y se marchó. Su cuerpo se contoneaba suavemente, produciéndole una atracción irracional.

Alres! Es ella, ¡Shel Enha! En el libro de la profecía, aparecen unas iniciales al final y al principio, una especie de firma, S.E. ¡Tiene que ser ella! -Sey Ha estaba muy ansioso, nervioso...-.
-Ella... ¿Porqué? Es una simple casualidad que su nombre, en vuestro idioma, coincida con las iniciales de ese libro, del que nadie sabe nada -Un instinto protector se adueñó de Albert -. Dejalá en paz. Solo es una chica corriente.
-Alres, ¿no te das cuenta? Tiene que ser ella, la chica de la profecía, tu compañera para cerrar el círculo...
-¡No! Déjame en paz.

Se dirigió a la casa, enfadado, frustrado. Mil y un pensamientos azotaban su mente. Vagas imágenes de un bosque, una piedra, una falda larga y blanca, venían e iban de su mente. Estaba agotado. Al llegar a casa, recordó que debía deshacer sus maletas, así que decidió dejar a Sey Ha en la mesilla de noche, para poder pensar con claridad, si una piedra parlante en su cuello. Estaba empezando a cansarse de todo aquello. Sey Ha intentaba hacer todos lo días, que recordase de nuevo su vida antes del sello, antes de cruzar la puerta. Pero nunca lo conseguía. Sondeaba su mente, su alma, pero no encontraba nada. Sin embargo, tenía que ser Alres. Tenía poderes, ya conseguía mover objetos. Había abierto el sello de la piedra, tenía sensibilidad con Sey Ha, podía comunicarse con él.

Helena... Albert tenía la sensación de conocerla. Su corazón había empezado a latir con fuerza al verla acercándose a él. Cuando la vio en el aeropuerto, su vista, como guiada por una fuerza invisible, se dirigió a la curiosa mancha en su hombro, con la forma de una golondrina, el símbolo de Alres. Sey Ha también lo notó. Sintió una conexión con aquella forma, por eso estaba tan seguro de que Helena, o Shel Enha, era la chica de la profecía, la que, junto a Albert, o Alres, cerrarían el círculo.

Al quitarse el colgante, Albert sintió que la carga disminuía. Deshizo la maleta rápido, intentando mantener su mente ocupada. Apenas cenó, dijo que estaba cansado del viaje. Cuando volvió a su cuarto, Sey Ha estaba intensamente iluminado, y Albert se lo volvió a colocar.

-¿Porqué me has dejado aquí? -Parecía enfadado-.
-Necesitaba relajarme, y se que tú ibas a seguir con tus teorías de Helena y Alres... Pero tranquilo, ya estoy mucho mejor.
-De acuerdo, pero sabes que tenemos que hablar.
-No empieces otra vez con lo de Helena, Sey Ha.
-Vale, te contaré lo de la piedra.
-¿La del parque? -Esto si le apetecía escucharlo-.
-Si. En esa piedra hay una alinelensia. Es de una druida, tenía esencia de mujer. La dejó allí antes de exiliarse, con la intención de volver, pero nunca lo hizo. No sabe a donde se dirigió, solo quería ocultarla, ya que estas piedras eran muy preciadas por los vendedores del mercado negro, como objetos de brujería-las últimas palabras las pronunció con pesadez y amargura-. Tenemos que sacarla de ahí, Albert.
-¿Cómo piensas sacarla sin romper esa inmensa roca? Estás loco...
-Hay una forma, de la misma forma con la que su dueña la introdujo. Usando los poderes que tu manifiestas...
-Sabes que aún no controlo mucho eso, solo consigo mover algunos objetos...
-Si, pero tengo una idea. Lo haremos mañana, cuando Helena vaya al parque, debes llevarme contigo.
-¿Otra vez con eso? No pienso meterla en esto...
-Escúchame. Es solo una prueba, siento una extraña energía en ella, y la marca de Alres está grabada en su hombro...
-De acuerdo, tu ganas, me duele la cabeza, quiero acostarme. Por favor, si eres tan amable...
-Vale-Zanjó Sey Ha-.

Una leve vibración, una pulsación de luz, y Albert se quedó dormido al instante. Sey Ha estuvo un tiempo sondeando su cuerpo, como cada día. Encontró nuevos sentimientos, rió cariñosamente para si mismo.

-Pobre chiquillo, su corazón está más liado que su mente... Esa chica, es muy especial para él, aunque no lo sepa...

Salvo eso, Sey Ha no encontró nada más, como de costumbre, y poco a poco, fue apagándose, hasta quedar como una simple piedra en un colgante de cuero.

Albert se movió en un sueño, sin despertarse. Helena, su mirada, su voz, la golondrina...

sábado, 6 de junio de 2009

4. A ti...

Extraños cánticos resonaban en su cabeza. Cánticos milenarios, antigua sabiduría, concentrada en voces demasiado familiares, hablando en la lengua del Arish naks. Ahora si entendía que decían, tal vez por llevar puesto aquel extraño colgante de piedra, cuyo nombre, según Sey Ha, era Alinelensia, la roca de la sabiduría. Se decía que el primer druida oficialmente conocido, Negs Syk, encontró esta roca en el norte de Italia, antes de llegar a Los Alpes, y con una serie de plantas y un licor salado, hizo que esta piedra pudiese albergar una especie de "vida", una conciencia interior, que solo podía entender el poseedor.

Era lo que Sey Ha le había contado la mañana en la que se marchaban hacía Frachey, en la falda de Los Alpes. Albert aceptó ir, con la condición de que le diesen libertad una vez estuviesen allí. Al fin y al cabo, acababa de cumplir 17 años, y según se había informado, en Frachey, esa era la edad considerada para conducir y emanciparse. Su padre aceptó, y habló con su jefe en la delegación italiana para intentar conseguir un puesto de trabajo a su hijo. La relación entre ellos había mejorado, aunque Albert seguía culpándole de tener que dejar su vida atrás y, a veces, no podía evitar enfadarse con su padre.

Sey Ha también le contó una antigua profecía sobre la vida del último druida. Él, y una mujer, cerrarían el círculo, un círculo que tras varios cientos de años, había quedado incompleto tras las guerras de los romanos contra Europa, donde la mayoría de los druidas murieron, y pocos fueron los que lograron escapar. Alres era uno de los que pudieron exiliarse, entrando desde Francia a la península ibérica, alojándose en lo que Albert había llamado refugio. Alres, antes de morir, decidió sellar aquel lugar para que, una vez la puerta se abriese de nuevo, pudiese regresar a completar el círculo. Al parecer, Sey Ha era la pierda alinelensia de Alres. Él mismo talló la golondrina del reverso y pulido aquella forma de la pierda. Sey Ha albergaba los conocimientos de Alres, también su vida. Este creía que Albert era la vuelta a la vida de Alres, pues había sido capaz de abrir el sello y encontrar a Sey Ha y la fuente. El lugar sagrado que todo druida debía construir, y que era aquel lugar donde el día que encontró la piedra, esta dibujó la golondrina sobre la roca, dándole de nuevo vida. La última vez que estuvo allí, notó un aire cargado de energía, las plantas eran mucho más grandes que antes, y había descubierto que la fuente solo reaccionaba cuando él y Sey Ha estaban cerca.

El vuelo salió tras una interminable espera, destino Italia. Sey Ha y Albert recitaban para sí mismos el Arish naks, al son, y un extraño aura de protección envolvió el avión. Durante el vuelo, ambos se comunicaban sin decir palabra. El vuelo pareció llegar a tierra, pues la velocidad disminuyó y el morro apuntaba al suelo, la maniobra de aterrizaje. Desembarcaron y buscaron un coche de empresa, enviado por el jefe de Carles, el padre de Albert. Era un coche lujoso, un impresionante mercedes familiar. Sin embargo a Albert no le parecía bien usarlo, ya que siempre le había gustado llevar una vida más sencilla, pero no tubo más remedio, ya que aún le esperaban unos 200 kilómetros de viaje hasta Frachey.

Antes de salir del aeropuerto, Albert vio a una chica guapísima, con un cuerpo bien proporcionado y de formas preciosas, morena con ojos deslumbrantes, y se fijó en su hombro izquierdo. Tenía una curiosa mancha de nacimiento, más oscura que su color de piel, con la extraña forma de una golondrina con las alas batiendo en vuelo. El corazón se le heló, y mentalmente, llamó a Sey Ha. Él también lo había notado, una curiosa coincidencia, sin más importancia. Aún así, Albert encontró motivo de charla interior con Sey Ha. Hablaron sobre la posibilidad de una señal, que estaban predestinados, pero Sey Ha lo veía imposible. Finalmente, Albert desistió y desestimó la idea, era demasiado descabellada. Hicieron unas cuantas paradas por el camino, para visitar miradores y comer. A su padre le encantaban ese tipo de viajes, y más si eran en un coche tan cómodo como aquel mercedes. Tardaron unas 4 horas en llegar a Frachey, un pueblo muy bonito, que a Albert le hacía sentir una extraña sensación de estar en su hogar. Llegaron frente a una gran casa con 2 pisos y buhardilla, en la entrada esperaba un hombre de apariencia afable.

-Buenas tardes -Dijo en un perfecto español-. Soy Giancarlo, me mandan para enseñarles su nueva casa y darles la bienvenida de parte de la compañía. Tome Sr. Carles, una carta con su nueva nómina, verá que es un gran aumento, además de coche y casa pagados. Señora, me han comunicado que tiene la posibilidad de tener limpiadora y cocinera si es de su gusto, no le costará nada, la empresa les pagará todos los servicios este primer año.
-No no, gracias. Me gustan las tareas del hogar, ya que no trabajo -Dijo la madre, algo apurada-.
-De acuerdo, como ustedes prefieran. Y para ti, Albert, tengo tu nuevo trabajo, ni siquiera tendrás que moverte de casa si no lo deseas. Tu padre comentó que se te da muy bien la informática, así que diseñaras un pequeño sistema, pero ya hablaremos de todo esto, es hora de enseñarles la casa.

Giancarlo hablaba muy deprisa, aunque pronunciaba perfectamente. Pasaron al interior de la casa. Era toda revestida en madera, con suelo de parqué. Era cálida, y olía a roble, tal vez de las paredes de madera. Tenía 6 habitaciones, un gran salón y una sala de trabajo e informática, aparte de varios cuartos de baños y una cocina con todos los accesorios y electrodomésticos imaginables. Albert subió sus cosas a la habitación que le pareció más adecuada. Eligió la más acogedora, con una gran estantería y 2 ordenadores, uno de sobremesa y otro portátil, sobre el que había un sobre.

"Estimado trabajador:

Como Giancarlo le habrá comunicado, su nuevo trabajo lo podrá hacer desde casa, pero tampoco nos gusta que nuestros empleados estén encerrados, por lo que le hemos dado también este portátil, con el que podrá trabajar donde quiera. Puede usarlo como le parezca mejor, es totalmente suyo. Dispone de WiFi en cualquier lugar, vía satélite y varías baterías, para no perder los datos nunca.

Esperamos que sea de su agrado. Un saludo.

La dirección."

Decidió salir fuera, poco antes de llegar a la casa, vio un parque. Al salir, su madre le pidió que no volviese tarde para deshacer las maletas antes de acostarse. Al llegar al parque, vio una gran roca junto a un mirador.

-Acércate, noto algo en ella -Le indicó Sey Ha-.

Albert obedeció. Al acercarse, Sey Ha vibró con fuerza.

-Reconozco esta roca, en su interior late una alinelensia, muy pura -Dijo atropelladamente-. Colócame sobre ella.
-De acuerdo -Dijo Albert-.

Sey Ha sondeó la roca, halló la alinelensia. Su dueño la ocultó allí para que no fuese descubierto y ser asesinado por practicar las artes druidas, pero el nunca volvió. Tenía voz de mujer, pero no recordaba su nombre. Sey Ha le dijo que volvería a sacarla de allí, en cuanto tuviese ocasión, y ella se lo agradeció. Mientras, fuera de la roca y la percepción de Sey Ha, Albert quedó fulminado por una presencia.

Era ella, la chica del aeropuerto, sus miradas se encontraron apenas un instante, pero él la reconoció, aquel brillo en su mirada, el color de su cabello, aquella caprichosa forma de la mancha de su hombro... Era única.

-Hola, me llamo Helena, acabo de llegar de Nápoles, te en el aeropuerto -Su voz era dulce y acariciaba el aire-.
-Ehm, si, yo también te . Yo soy Albert, vengo de España, de Boixadors... -Albert hablaba atropelladamente-.

Sey Ha volvió a vibrar en su mano, apollada en la roca.

-Vamos Albert, tenemos que hablar -Sey Ha parecía preocupado-.

Pero no le hizo caso, algo dentro de Albert estalló, una sensación inexplicable.

-Perdona, pero a ti... Te conozco de algo...