viernes, 19 de junio de 2009

12. La despedida.

La noche empezaba a caer en el bosque, y Alres concretaba los últimos preparativos antes de su ida, de la cual tal vez nunca volvería. Conversaba con Sey Ha, contándole los planes que tenía para poder cerrar el círculo. Se marcharía por una puerta dimensional, que le permitiría, si todo salía bien, volver para cerrar el círculo fuera del peligro de los Mers Kiash, que podían dar al traste con todo el trabajo de estos años.

A Sey Ha la idea le parecía imposible. ¿Una puerta? ¿Hacia dónde? Sabía que los druidas más experimentados tenían ciertos poderes, podían mover objetos, controlar el agua, pero no tenía conocimiento de que pudiesen crear objetos, ni mucho menos puertas dimensionales... Le parecía que Alres jugaba con él, sin embargo sabía que hablaba en serio, él no bromearía con este tema, no sabiendo lo que le había costado reunir a los silares hasta ese momento.

Alres le decía que necesitaba de su conciencia para todo el proceso, pues debería albergar recuerdos fundamentales de cómo terminar de cerrar el círculo. Le explicó cómo tenía que hacerlo paso a paso, y todo lo relacionado con la profecía que Negs Syk creó para que esto pudiese cumplirse. La profecía hablaba de dos personas, un hombre y una mujer, que harían de los dos silares que faltaban, uno de ellos debía ser el canalizador del proceso, el otro debería actuar como el último silar. No sabía como acabaría todo aquello, porque si Alres mandaba solo a una persona a la puerta, él mismo, ¿cómo haría para hallar la otra persona? ¿Sería designada por suerte?. No le cuadraban las cosas, algo faltaba.

-Amigo Sey Ha, todo está planeado para que pase, es el destino, debes fiarte de él, y de mi. Recuerda que el silar que murió, tuvo que hacer algo para poder sellar su parte, algo que todavía no hemos descubierto, pero que con el tiempo se hará. No sabemos como, ni cuando, pero pasará.

Solo faltaba encontrar la forma de abrir la puerta correctamente, para que pudiese volver cuando todo estuviese más tranquilo y poder cumplir su misión. Nunca antes había hecho algo así, y no estaba del todo seguro, pero sabía que era la única manera de solucionarlo todo.

Al caer la noche, solo le quedaba por hacer una última cosa, sellar a Sey Ha y la fuente para que nadie les descubriese. Lo haría al amanecer, estaba cansado y desanimado por todo el trabajo que estaba haciendo. Sey Ha le decía que todo saldría bien, sabía del poder de Alres, en el pasado había hecho muchas cosas, cosas grandiosas, confiaba en él, aunque Alres no lo hacía en si mismo en aquel momento.

Cuando el cielo oscureció totalmente, y solo se veían las estrellas, Alres decidió dormir y descansar para el día que le esperaba. Sey Ha relucía encima de su túnica, brillando, rebosante de poder. Le echaría de menos, era un muy buen compañero, muy inteligente. Era su obra maestra, la alinelensia perfecta, totalmente pura. Le costaba mucho pensar que tal vez no la volvería a ver en muchos años, o tal vez para siempre, pero intentaba apartar esos pensamientos de su cabeza, así que se acostó en su camastro, apagó la vela que iluminaba la pequeña choza, y Sey Ha le hizo dormir en cuestión de segundos.

Su noche no fue reconfortante ni estaba descansando bien. Sus sueños no eran tranquilos, en ellos veía guerras, túnicas blancas manchadas de sangre, un bosque en llamas, oía gritos de dolor, llanto, y la vio a ella, escapando entre los árboles con una elegancia digna de un ave, apenas rozaba los árboles, pero sus movimientos eran asombrosamente ágiles y rápidos. Quedó impresionado con esa visión, y de algún modo, supo que jamás lo olvidaría.

Su pelo oscuro contrastaba claramente con la falda blanca que llevaba, y sus grandes ojos destacaban junto con sus labios en su suave rostro. Ella no le vió, seguía corriendo entre los árboles, y él se limitó a seguirla, esperando alcanzarla y poder verla de cerca. No lo conseguía, ella era demasiado rápida, estaba lejos de su alcance, pero no se daba por vencido, debía alcanzarla. Corrió y corrió con todas sus fuerzas, Sey Ha le ayudaba con palabras de ánimo, y parecía que la alcanzaba poco a poco. Cuando por fín la tenía cerca, en un sorprendente quiebro ante un árbol, la perdió de vista, y lo único que volvió a ver, fue una pequeña ave salir de la maleza, una golondrina.

Había encontrado su ave, su mensajera de la sabiduría, y desde aquel día, empezó a tallar una golondrina en una gran roca, en su pico llevaría una réplica inactiva de Sey Ha, la misma forma, el mismo color.

Se despertó, sobresaltado. Hacía mucho que no tenía ese sueño, ese recuerdo, que le produjo un estado sombrío, de soledad y añoranza. Hacía mucho de aquello, cuando él apenas había comenzado a aprender el camino de un druida. Fue el comienzo de la caida de los druidas, el primer ataque romano, cerca de Francia. Desde aquel día, no volvió a ver a aquella mujer, pero recordaba perfectamente su rostro, sus ojos.

-Alres, siento molestarte, pero es la hora... Debemos hacerlo -Le recordó Sey Ha-.

No hay comentarios: