martes, 16 de junio de 2009

9. Miedo.

No sabía que decir, que hacer, estaba confuso, en su mente bailaban imágenes de los días anteriores a la marcha de Albert a Frachey, cuando se sinceró con esa chica que tanto había querido. Ese día todo le salió bien, ella no se enfadó, ni se molestó, al contrario, parecía que ella quería ayudarle con todo esto, quería ayudarle a olvidarla. Pero hoy era todo distinto, lo que sentía por Helena era distinto, su amistad era más fuerte, y eso le atemorizaba, temía perderla, y a Helena también. Por otro lado, estaba harto de esperar, de ocultar sus sentimientos, ya no quería dejar pasar más oportunidades. La quería. Las quería. Una y otra vez, esas palabras martilleaban su corazón.

-Albert, debes tranquilizarte, vas a explotar -le decía Sey Ha-.

Helena estaba frente a él, tan bella como siempre. Sus ojos, su tez, sus labios... Se sentía demasiado atraído por todo aquello, deseaba lanzarse a sus labios, y acariciarlos con los suyos, pero el miedo se lo impedía, el miedo y su cobardía, el no saber enfrentarse a aquello le hacía odiarse por momentos.

-¿Estás bien? Te estás poniendo pálido... -preguntó ella-.
-Si, si... Perdona, estaba pensando en cosas...
-¿Te apetece dar un paseo por las afueras? Tal vez te despejes -una cálida sonrisa...-.
-Claro, donde tu quieras, no me importa andar.

Decírselo. No decírselo. ¿Qué debía hacer? Ansiaba decírselo, no le gustaba guardar ese tipo de secretos, pero su miedo le hacía echarse atrás, le impedía hacer lo que quería...

-Este fin de semana vuelvo a Nápoles... Estaré casi un mes allí -dijo sombría-.
-¿Tanto tiempo? ¿No hay nada que hacer para que te quedes? -un golpe bajo, pensó él-.
-No... Ya te lo dije, mi padre viaja mucho, y cuando se tiene que ir de aquí, pues me vuelvo a Nápoles... Lo peor es cuando me tengo que quedar allí los 9 meses de instituto... Solo vendría en Navidades y algún fin de semana...

Un jarro de agua helada le cayó por la espalda. Era cierto, aunque consiguiese algo con Helena, ella volvería a irse, y no sabía si ella estaría dispuesta a una relación de ese tipo. Él pensaba que si lo estaría, no le importaban las distancias, y al fin y al cabo, el trabajaba sin horarios, podía ir a visitarla algún fin de semana...

Eran tantas las cosas que le pasaban en ese momento por la cabeza, que no estaba aprovechando el tiempo que estaba pasando con Helena, paseaban por las calles sin hablar, no sabía que decirle. Ella parecía pensar más en su ida de Frachey a Nápoles que en otra cosa.

El sonido del claxon de un coche, sacó a Albert de sus pensamientos. Sin darse cuenta, se había salido del arcén y caminaba por el carril de la carretera. Helena tampoco se dio cuenta. Chilló, y Albert estuvo a punto de ser atropellado al ser sobresaltado. La suerte, y sus piernas, le permitieron una segunda oportunidad, pudo dar un salto hacia un lado, apenas 2 segundos antes de que fuese arrollado. Quedó tumbado sobre el arcén, conmocionado. A su lado, Helena estaba pálida, no podía articular palabra. Aquello le abrió Albert los ojos. Debía hacer algo con su vida, tenía que sacar valor y decirle a Helena lo que sentía. ¿Miedo? Solo es un impedimento, una barrera, y estaba harto de toparse con ella, debía esquivar esa barrera, saltarla. Tenía que decírselo.

-Helena, tengo algo que decirte -Logró decir-.
-Calla, estás sangrando...

Era cierto, tenía una herida en la cabeza, que ahora empezaba a dolerle, y de pronto sintió un mareo, todo le daba vueltas, aferró su mano a la de Helena, y está le devolvió el gesto, apretandole la mano.

La visión borrosa de Helena, con ojos llorosos, hablando desde su móvil, le aterrorizó. Había perdido la audición, no escuchaba lo que ella decía, y su mirada se hacía cada vez más borrosa. Sintió frío, y luego, oscuridad. No veía, no escuchaba, pero sabía que estaba vivo. Sentía aún la mano de Helena.

-¡Albert! ¡Albert! ¿Qué te pasa? ¡Háblame! -Le gritaba Sey Ha en su interior-.

Pero no podía responderle. Por su mente pasaban rápidamente imágenes de su vida, y extrañado, también vió imágenes de la charca, mucho antes de el conocerla. Dirigió su mirada hacia el suelo, vió que llevaba una túnica blanca, y una piedra en su pecho, Sey Ha. Estaba en el nacimiento, decía palabras que no lograba entender, hacía símbolos extraños en la roca, y de pronto, una luz muy potente, salió de ella, impacto en él, y le sostuvo en el aire. Se quitó a Sey Ha, y dijo que volvería. Le estaban buscando, y corría peligro, debía esconderles hasta que pudiese volver.

Notó como le elevaban en el aire, pero seguía sin ver nada. Sintió que se movían con rapidez, giraban. Algo tiraba de él en su interior, como si quisiesen sacarle algo, y de repente, dejó de sentir nada, no escuchaba la voz de Sey Ha, y se sentía en paz.

Silencio...

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