viernes, 12 de junio de 2009

8. Sentimientos...

La alinelensia extraída de la roca yacía ahora en el cuello de Albert, junto a Sey Ha. Los tres estaban intentando sacar conclusiones de lo que había ocurrido, como cada tarde, desde el día en que sacaron la piedra. El teléfono móvil de Albert sonó, sobresaltándolo. Era Helena.

-Hola, Albert. Espero no molestarte -Su dulce voz acariciaba los sentidos de Albert-.
-No, no. Estaba tumbado sin hacer nada...
-Vago -rió ella- Entonces, ¿te apetece quedar? Si no tienes nada mejor que hacer...
-¡Claro que no! Me apetece mucho que demos un paseo.
-Pues en 10 minutos donde siempre, ¿no? -Albert parecía notar cierto tono de cariño en su voz-.
-Vale, allí nos vemos, hermosa -Se atrevió a añadir Albert, antes de colgar-.

Su padre entró en el cuarto, con la cara desencajada del asombro.

-¿Cómo has aprendido italiano así de rápido? -Le dijo-.
-Pues en el ordenador... Y una chica nueva aquí me está ayudando con la pronunciación. Es de Nápoles.
-Vaya... Nunca lo habría imaginado, mi hijo ligando.
-No te adelantes, es solo una amiga que me está ayudando.

"Más quisiera ser algo más para ella que un amigo..." Se dijo a si mismo, lamentándose.

Sin pensarlo más, se vistió. Normalmente vestía con ropas oscuras, pero aquel día iba a cambiar, se puso una camisa ancha blanca, y un pantalón de tela blanco también. No le gustaba como le quedaba, acostumbrado al negro, marrón o gris.

Al salir de su cuarto, su madre le vio. Se quedó muy sorprendida por aquel repentino cambio. A ella le parecía que su hijo estaba muy guapo, aunque para él, no era así. A hurtadillas, le sacó una foto con su teléfono móvil.

-Cada día te pareces más a Alres -le dijo Sey Ha, en tono lastimoso-.
-¿Por qué? ¿Por ir de blanco? Pues que sepas que no me gusta nada, solo es por cambiar un día.
-¿Y no tiene nada que ver con Helena?
-No... Ya te he dicho que es solo una amiga.
-Claro, pero a ti te gustaría que fuese más que eso.

Le tocó la fibra con aquellas palabras. Era cierto, lo deseaba, deseaba besarla, abrazarla. Su mirada le atraía como un poderoso imán, sus labios le producían pinchazos de deseo en su corazón, que quería unirse al de Helena. Pero...

-Lo se, chico. La otra chica. Le confesaste tus sentimientos, y ella te quiere, pero solo como amigo, y ahora tu corazón está dividido, las quieres a las dos, a cada una de una forma, pero a las dos al fin y al cabo...
-Eres un cotilla, Sey Ha, y no es justo que puedas saber qué es lo que siento -estaba molesto-.
-Lo siento, Albert, pero tu corazón emana sentimientos, y la barrera deja escapar fragmentos de tus recuerdos, no puedo evitarlo, eres tú quién deja salir esos sentimientos.
-¿Cómo puedes saber lo que siento por ellas? Ni siquiera yo estoy seguro...
-Porque yo lo veo desde fuera, no tengo ningún lio como para no saber que sientes, lo detecto más facilmente que tú.

Era cierto, parecía que a Sey Ha, poco se le podía esconder. No le gustaba por una parte, pero por otra, le ayudaba a saber que sentía. Era cierto, su corazón estaba dividido, el lo sabía, pero no sabía qué podía hacer. Sabía que la otra chica, en Boixadors, se había echado pareja, y estaban muy felices, y que el supiese, el corazón de Helena, no tenía aún dueño, y el soñaba con ocupar ese lugar, pero había algo que le atemorizaba... Ella solo estaba alli temporalmente, pasado un tiempo, se volvería a marchar. Su estancia en Frachey era temporal, iba y venía de vez en cuando, pero nunca se quedaba para siempre. También temía perder su amistad con ella, una amistad que en poco días parecía haber tenido una gran crecida. Se contaron muchas cosas de su vida, hablaban de planes, viajes soñados, sueños. Albert quería decirle lo que sentía por ella, pero temía perderlo todo. Ni siquiera sabía si ella sentía nada por él, y si era asi, no lo daba a entender mucho. Todo eso le hacía sentir fatal. Y ahora se dirigía a su encuentro, lo deseaba, sin embargo, no sabía que hacer ni decir.

La quería, las quería... Se sentía mal. Nunca había creido posible querer a dos personas, y sin embargo, ahora lo estaba pasando en sus propias carnes. No le gustaba aquello, no saber que hacer, no tener seguros sus sentimientos, no poder controlar la situación...

Llegó por fin al lugar donde quedaron. El la reconoció enseguida. Su pelo rizado y oscuro, sus ojos y sus labios, los que tanto deseaba besar. Un pensamiento vino a su mente. Lo haría, la besaría. Debía hacerlo... Lo necesitaba. Era una gran locura hacer aquello, se arriesgaba a perderlo todo, pero también sabía que si no arriesgaba, tal vez nunca pasase nada.

-Vaya,¿y ese repentino cambio de color? Nunca te había visto vestido tan de blanco -Le recibió una preciosa sonrisa-.
-Ya bueno... Por cambiar un poco. Se que no me queda bien...
-Al contrario, te sienta muy bien, estás muy guapo...

El corazón se le aceleraba por momentos, su mirada, sus labios, su mirada, sus labios... No sabía cuanto tiempo aguantaría... La quería tanto...

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