miércoles, 17 de junio de 2009

10. El último.

Alres despertó una tranquila tarde, en su pequeña cabaña. Hacía días que sabía que estaba en peligro, y con él, todo el trabajo que llevaba varios años haciendo. Aquella tarde, era muy importante, debía recibir al penúltimo de los silares. Estaba tan cerca de lograr completar su vida... Pero sabía que algo pasaba. El aire le transportaba el olor de una presencia humana, aún lejos, pero que no era quién esperaba aquel día. Sabía que le propondría aquella persona, y dadas las circunstancias, no sabía que hacer. Se hallaba en una lucha interna, podía vivir para siempre tranquilo si aceptaba, o vivir escondido, como hacía desde aquel día en que Negs Syk le encomendó la misión de cerrar el círculo.

-Ni se te ocurra pensar eso, Alres -le recriminaba Sey Ha-. No te lo permitiré.
-Ah, viejo amigo. Se que me encomendaron esta importante misión, pero cada día que pasa, me siento más cansado, más viejo... Y necesito paz. Nunca antes había usado mis conocimientos para tener que ocultarme, incluso para proteger mi vida de otros druidas. Ya no se en quien confiar, y las guerras que azotan el mundo conocido, son en parte culpa de los druidas, sean Mers Kiash o blancos, ya que entre todos, permitimos esta masacre.
-Alres, estás delirando. ¿Cómo puedes siquiera pensar que los blancos tenéis algo que ver con esto? Los Mers Kiash quebrantaron nuestro código para conseguir poder, riquezas, y eliminarnos.
-Si, Sey Ha, pero nosotros pudimos hacer algo, que conllevaba a perder a nuestro maestro. Había una forma de volver a atraer a esos renegados, y no tuvimos el valor de usarlo, por no miedo a perder a Negs Syk. Y ahora, después de todo este trabajo, él se ha marchado, pues no tenía nada más que hacer aquí, su misión me la encomendó a mí, y ahora todo está en peligro.

"Seguimos sin noticias del último silar, y Rist Igor debería haber llegado hoy... Sin ellos, todo mi trabajo habrá sido en vano, y no tendré paz."
-¿Y piensas abandonarlo todo? No te reconozco, Alres. No eres aquel orgulloso druida que me creó, otorgándome el poder de almacenar conciencia totalmente independiente de la tuya. Somos muy pocos como yo, alinelensias totalmente puras, energías, rebosantes de poder, y menos aún los que saben usarlas, como tú. No estoy dispuesto a convertirme en el arma que se han convertido otras alinelensias, sus conciencias no son limpias, albergan odio hacia sus semejantes, conspiran contra todos los blancos. Y tu ahora, piensas en abandonar todo esto y venderte a ellos, para no tener que esconderte ni vagar por estas montañas.
-¡Calla! No eres nadie para decirme que debo hacer, yo te convertí en lo que eres, he sabido encontrarte una forma, darte un poder que nadie antes ha logrado. Puedes encontrar a los blancos, sabes como localizarles, y eso me proporcionaría total libertad. Podría completar el círculo desde dentro...
-Es un plan absurdo -zanjó la piedra-.

"Viejo amigo, ojalá todo fuese más fácil, ojalá hubiese otra manera."

Una presencia que no había detectado, le sobresaltó. Eran buenas noticias, era el penúltimo.
Hicieron todos los preparativos, se dirigieron a la roca del nacimiento, y comenzaron a concentrar sus energías para sellar su parte del círculo. Rist Igor le preguntó como pensaba cerrar del todo el sello, si uno de los silares murió, y eso le abrió los ojos. No lo recordaba, había estado tanto tiempo buscando a los silares, que se olvidó de uno, al que él mismo vio morir. Sin embargo, él no podía sellar solo el último tramo, debía hacerlo junto a otro druida y una alinelensia... Dejó de pensar en ello, ahora mismo tenía que cerrar esa parte.

-Alres, largos años llevo esperando este momento. El reinado de los Mers Kiash ha sido cruel y despiadado, no han conocido el perdón hacia los suyos, ahora debemos cerrar esto y guardar nuestros secretos... No pueden caer en malas manos. Todo está en tus manos, Alres...
-Lo sé, y es una pesada carga. No se que pasará cuando lo complete, o si llegaré a hacerlo...
-Por nuestro bien, más vale que todo nos salga bien, amigo.

Era cierto, todo dependía de él, Alres, un anciano druida, al que le había sido confiado todo el secreto de los druidas. No podía darles la espalda a todos los siglos de vivencias de sus antecesores, sin embargo, no veía luz al final del túnel, no veía una salida. Faltaba una pieza, la última pieza.

Una descarga...

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