Una nueva descarga del desfibrilador en el cuerpo de Albert, y el monitor de constantes vitales pitó, dando señales de pulso. Helena ahogó un grito de angustia. Sus padres aún no habían llegado y ella era la única que estaba allí, con Albert. Las imágenes de Albert sangrando, con los ojos en blanco, apretando su mano, la martilleaban. No había podido avisarle de que estaba fuera del arcén, y cuando pudo hacer algo, no lo logró. La cabeza de Albert había chocado contra el asfalto, aunque él pareció no darse cuenta, pues pudo seguir hablando momentos después, aunque poco.
Estaba asustada, nunca había visto sangre de aquella manera, ni mucho menos, tener que ver a alguien que le importaba de aquella manera, recibiendo descargas en el pecho para evitar que muriese. Era traumatizante para ella. Se sentía culpable.
En sus manos acariciaba a Sey Ha, que se la quitaron a Albert para poder manejar mejor los instrumentos. Le transmitía cierta tranquilidad, notaba un pequeño cosquilleo en sus manos, y le parecía que la piedra brillaba ahora, incluso de día. Cogió la alinelensia que ella también poseía, y apretó las dos juntas. En ese momento, una descarga eléctrica le hizo separar las manos. Sey Ha vibraba, como si tuviese vida propia, cosa imposible en una simple roca, o eso es lo que ella creía...
-Perdona, ¿eres tú la chica que estaba con Albert?-Dijo alguien, con acento extranjero-.
-Si, si... ¿Son ustedes los padres?
-Si. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Albert?
-Íbamos a las afueras, dando un paseo, y un coche pasó por el lado de Albert, y tubo el tiempo justo de saltar hacia atrás, pero al caer... Se golpeó la cabeza -relató con la cabeza gacha-.
-¡Dios mío...!
Helena no sabía que decir, acababa de darle la noticia de que su hijo tuvo un accidente, y su madre estaba llorando sobre el hombro de su marido. De la sala donde atendían a Albert, salió un médico, con sangre en las manos.
-Su hijo se recuperará. El golpe a sido aparatoso y ha perdido bastante sangre, pero vivirá, gracias a esta chica, que llamó rápidamente a la ambulancia -añadió mirando a Helena-. Aun nos faltan por hacer algunas pruebas para saber la gravedad del golpe, pero al menos está fuera de peligro.
-Gracias, doctor. ¿Cuándo podremos verle? -Preguntó el padre-.
-Ahora mismo necesita descansar, en unas horas podrán entrar, pero de uno en uno, por favor.
-De acuerdo, muchas gracias de nuevo, doctor -Añadió-.
-No tienen que dármelas, es mi trabajo.
El doctor entró en la sala contigua, y dejó a los padres y a Helena en la sala, en un incómodo silencio.
-¿Cómo te llamas? No nos hemos presentado, nosotros somos Carles y Fàtima -dijo el padre, con rostro cansado pero amable-.
-Encantada... Yo soy Helena.
-¿Quieres qué te llevemos a casa? No queremos que tus padres se preocupen, y deberías descansar...
-No, me quedaré aquí, llamaré a mis padres y les diré lo que ha pasado. Quiero ver a Albert... -su corazón latía con fuerza-
-Como quieras... Y si tan importante es para ti verle, puedes pasar primera, ya que fuiste tú quien llamó a la ambulancia, te debemos una -le propuso Carles-.
-¿De verdad? Muchísimas gracias -sonrió Helena, abrazando al padre-.
Pasaron varias horas, eternas les parecieron a los tres. Los padres de Helena quedaron en venir después de cenar y conocer a los padres de Albert. Ahora estaban todo allí, con Helena contando lo que pasó, y también cómo se conocieron.
Un enfermero salió de la habitación donde estaba Albert.
-Puede pasar el primero, acaba de despertar -les comunicó a los presentes-.
-Helena, adelante, te espera -le sonrió Carles-.
-Gracias -se sonrojó-.
Entró en la habitación, y el corazón se le encogió. Albert estaba tumbado, con la cabeza cubierta de vendas. Su cara estaba hinchada, con los ojos cargados de ojeras. Tenía le mirada perdida en el techo, y parecía que no la había oído al entrar.
-¿Albert? ¿Cómo te encuentras? -se interesó-.
-¿Eh? Perdona, pero ¿quién eres? -preguntó, con cara extraña-.
Un pesado yunque cayó sobre Helena. No la recordaba. Y no sabía cómo reaccionar ante eso. Quiso llorar, gritar, pero sabía que no conseguiría nada. Sintió que algo palpitaba en su bolsillo, y recordó que tenía guardado el colgante de Albert. Se lo sacó del bolsillo, y lo sujetó en sus manos, con lágrimas apunto de caerles por la cara.
-Soy Helena, Albert. Ten esto, es tuyo, te lo quitaron los médicos para poder curarte -Le contestó, tendiendole el colgante, apunto de romper a llorar-.
-Gracias, Helena. Por cierto, eres muy guapa, ¿sabes? -le sonrió Albert-. Dime, ¿porqué estas aquí? ¿Nos conocemos?
jueves, 18 de junio de 2009
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