Acababa de terminar de cenar y le dijo a sus padres que había quedado con un chico nuevo también en el pueblo, para dar un paseo por el parque.
Aquel chico, Albert, había despertado un gran interés en ella. El día anterior cuando le saludó, se fijó en sus ojos, eran marrones con vetas verdes, le parecieron muy bonitos. Su expresión seria y serena le transmitía confianza y tranquilidad, sin conocerle de nada. Su cuerpo, nada especial, estaba marcado de arañazos en brazos y piernas, como si hubiese pasado varias veces contra ramas y alambres. En sus piernas advirtió una gran fortaleza, debía andar mucho.
Albert pareció quedarse mudo al verla el día anterior, y eso la hizo sonrojar, aunque Albert no lo notó. Ella tampoco imaginaba como se sentía él. Aquella mirada, aquella mancha que a él le parecía hacer a Helena tan especial, su voz... Todo aquella la hacía parecer perfecta a los ojos de Albert, como una musa en la que inspirarse. Y ahora ambos se encaminaban al mismo son hacia el parque, para encontrarse.
Los dos llegaron casi a la vez, se saludaron cerca del mirador, junto a un banco, y se sentaron. A Albert le pareció que estaban muy juntos, se sentía extrañamente atraído y ruborizado.
-Sois como dos colegiales -Se rió Sey Ha-.
Albert se encendió al instante y recriminó, avergonzado, a Sey Ha.
Mientras Helena y Albert hablaban de cómo fue el viaje de cada uno, el porqué de las mudanzas a aquel pueblo y la casualidad del encuentro de ayer, Sey Ha se hallaba inmerso en sus recuerdos, intentando recordar si su dueño, Alres, le dijo algo más antes de cruzar. En el interior de Albert, se encontró con aquella barrera que descubrió por la mañana. Inexplicablemente, allí junto a Helena, la barrera parecía a punto de quebrar, pero Sey Ha intuía que no le gustaría lo que viese.
-Albert, es la hora, debemos intentarlo.
-De acuerdo... Pero, ¿cómo hago para llevarla hasta la roca...?
-Tu sabrás, es tu chica -dijo Sey Ha riéndose-.
-No seas bobo -zanjó Albert sonrojándose-.
-Tal vez no lo sepas, pero en ti hay un gran sentimiento por ella, aunque también veo algo más, tu corazón, tus sentimientos, están divididos, pareces estar entre dos chicas, y no sabes que hacer..
-No me gusta que puedas sondearme, yo también quiero tener mis cosas en secreto, cotilla.
Sey Ha rió, aunque en el fondo sabía que Albert estaba molesto por aquello.
-Helena, ¿nos acercamos al mirador? Quiero observar las vistas que hay desde allí, podemos sentarnos en la roca...-El corazón se le aceleró-.
-Claro, ya te dije que lo mejor es de noche, la vista es preciosa -dijo, con una amplia y preciosa sonrisa-. Esa roca tiene algo especial, desde que vine, cuando necesito relajarme vengo aquí y me siento sobre ella y miro el paisaje.
-Pues vamos, te ayudo a subir -propuso Albert-.
-Buen comienzo, Albert -le dijo Sey Ha palpitando suavemente-.
-¿Has dicho algo? -preguntó Helena-.
-¿Eh? No, no he dicho nada.
No era posible que hubiese escuchado el comentario de Sey Ha, sin embargo, esa pregunta le había despertado cierto temor ante esa posibilidad.
-Es la hora, Albert, colócame en la piedra -le insistió Sey Ha-.
Suavemente, se quitó el colgante, lo apretó en su puño y lo dejo apoyado en la roca. Helena lo miró, le resultó familiar.
-¡Anda! Yo también tengo uno como ese. No se que piedra es, pero por las noches brilla -con una encantadora sonrisa inocente-. ¿Te lo regaló alguien?
-¿Tienes uno? Creía que no... Ehm, creía que solo había uno, éste. Lo encontré en un río, hace tiempo, y es muy antiguo.
-Mira, el tuyo también brilla, pero su color es distinto. El tuyo es más luminoso, ¿ves? -sacándose su propio colgante de uno de los collares que adornaban su fino cuello-.
Albert lo reconoció enseguida, esa alinelensia la vio hace unas horas, en un sueño... Era una alinelensia no pura, o semi pura, pues su color era distinto de las que había visto, como si hubiesen tratado de limpiar el mal de su interior. Su tono era parecido al de Sey Ha, pero más oscuro y de brillo apagado.
Mientras él intentaba descifrar aquel momento, Sey Ha hablaba con la alinelensia de la roca, no recordaba el nombre de su dueña, ni el suyo. Pero sentía una energía cercana, y Sey Ha creía saber a qué era debido. Shel Enha.
-Albert, intenta que Helena ponga una mano en la roca, por favor -le pidió Sey Ha-.
No sabía muy bien que decirle para ello, pero intentó buscar las mejores palabras, para no dar a entender otra cosa.
-Mira, la piedra parece vibrar, pon las manos -Fue lo mejor que se le ocurrió-.
Dio resultado, un resultado inesperado, la piedra pareció moverse, y ambos se asustaron. La alinelensia de dentro, había reaccionado al contacto con Helena. Sey Ha le preguntó que si aquello había pasado otras veces, pero ella dijo que no, así que sus sospechas se confirmaron. Helena tenía que ver algo en toda aquella historia, pero su esencia aún no había despertado, a diferencia de la de Albert, por eso si había reaccionado, Albert actuó de canalizador de la energía de Helena, y esta reaccionó con la alinelensia de la roca.
-Albert, debes recitar el Arish naks, yo haré el resto -sus palabras salían apresuradas-. Rápido.
Estaba muy desconcertado, y Helena estaba asustada, rodeó la piedra e intentó tranquilizarla rodeándola con un brazo. Le dijo que solo fue un pequeño movimiento de tierra bajo la piedra, aunque sabía que no era nada de eso.
-Si, debe haber sido eso, pero me ha asustado bastante -respondió Helena, sin perder la sonrisa, y agradeciendo con un gesto en su mirada a Albert por animarla-.
Sey Ha le pedía que recitase ya el Arish naks, así que, disimulando, puso las manos en la piedra mientras, mentalmente, recitaba el Arish naks, moviéndose alrededor de la roca, como si buscase algo. Sey Ha notó la presencia de Albert en la roca, e intentó concentrar sus fuerzas en sacar la alinelensia de dentro.
Vio como una especie de túnel del tamaño de la alinelensia se abría, y esta caía poco a poco, hasta que salió, cayendo al suelo. Un chasquido. Albert lo recordaba, era el mismo sonido que escuchó cuando encontró aquel nacimiento. Buscó alrededor de la roca, y vio la pequeña alinelensia. Estaba apagada, aunque notaba una pequeña vibración en su interior.
-Albert, ¿está todo bien? -preguntó Helena-.
-Si, si. Solo miraba si se había desplazado la roca -mintió-.
Sey Ha estaba sobre la roca aún, iluminado. Albert lo recogió y se lo volvió a colocar, y guardó la otra alinelensia en su bolsillo, sin que Helena la viese.
-Creo que es hora de irnos, aún estoy cansado del viaje y se hace tarde. ¿Mañana a la misma hora aquí?
-Estaré encantada, Albert -una cálida sonrisa apareció aquel rostro que tanto le fascinaba-. Ha sido agradable, eres un chico muy majo.
-Gracias, tu también lo eres... Y además muy guapa -notó como se sonrojaba al instante-.
-Vaya, gracias... No me esperaba un piropo de tu parte -ahora era ella quién se sonrojaba-.
-Bueno... Nos vemos mañana. Que pases buenas noches, Helena.
-Tu también.
Se despidieron al fin. Albert estaba colorado y avergonzado aún, pero se sintió mucho mejor al decirle eso.
-Vaya, chico, estás hecho todo un galán -dijo Sey Ha cariñosamente-.
-Calla... No estoy para risas ahora. Hablemos de esta -dijo, sacándose la alinelensia del bolsillo.
miércoles, 10 de junio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

No hay comentarios:
Publicar un comentario