Extraños cánticos resonaban en su cabeza. Cánticos milenarios, antigua sabiduría, concentrada en voces demasiado familiares, hablando en la lengua del Arish naks. Ahora si entendía que decían, tal vez por llevar puesto aquel extraño colgante de piedra, cuyo nombre, según Sey Ha, era Alinelensia, la roca de la sabiduría. Se decía que el primer druida oficialmente conocido, Negs Syk, encontró esta roca en el norte de Italia, antes de llegar a Los Alpes, y con una serie de plantas y un licor salado, hizo que esta piedra pudiese albergar una especie de "vida", una conciencia interior, que solo podía entender el poseedor.
Era lo que Sey Ha le había contado la mañana en la que se marchaban hacía Frachey, en la falda de Los Alpes. Albert aceptó ir, con la condición de que le diesen libertad una vez estuviesen allí. Al fin y al cabo, acababa de cumplir 17 años, y según se había informado, en Frachey, esa era la edad considerada para conducir y emanciparse. Su padre aceptó, y habló con su jefe en la delegación italiana para intentar conseguir un puesto de trabajo a su hijo. La relación entre ellos había mejorado, aunque Albert seguía culpándole de tener que dejar su vida atrás y, a veces, no podía evitar enfadarse con su padre.
Sey Ha también le contó una antigua profecía sobre la vida del último druida. Él, y una mujer, cerrarían el círculo, un círculo que tras varios cientos de años, había quedado incompleto tras las guerras de los romanos contra Europa, donde la mayoría de los druidas murieron, y pocos fueron los que lograron escapar. Alres era uno de los que pudieron exiliarse, entrando desde Francia a la península ibérica, alojándose en lo que Albert había llamado refugio. Alres, antes de morir, decidió sellar aquel lugar para que, una vez la puerta se abriese de nuevo, pudiese regresar a completar el círculo. Al parecer, Sey Ha era la pierda alinelensia de Alres. Él mismo talló la golondrina del reverso y pulido aquella forma de la pierda. Sey Ha albergaba los conocimientos de Alres, también su vida. Este creía que Albert era la vuelta a la vida de Alres, pues había sido capaz de abrir el sello y encontrar a Sey Ha y la fuente. El lugar sagrado que todo druida debía construir, y que era aquel lugar donde el día que encontró la piedra, esta dibujó la golondrina sobre la roca, dándole de nuevo vida. La última vez que estuvo allí, notó un aire cargado de energía, las plantas eran mucho más grandes que antes, y había descubierto que la fuente solo reaccionaba cuando él y Sey Ha estaban cerca.
El vuelo salió tras una interminable espera, destino Italia. Sey Ha y Albert recitaban para sí mismos el Arish naks, al son, y un extraño aura de protección envolvió el avión. Durante el vuelo, ambos se comunicaban sin decir palabra. El vuelo pareció llegar a tierra, pues la velocidad disminuyó y el morro apuntaba al suelo, la maniobra de aterrizaje. Desembarcaron y buscaron un coche de empresa, enviado por el jefe de Carles, el padre de Albert. Era un coche lujoso, un impresionante mercedes familiar. Sin embargo a Albert no le parecía bien usarlo, ya que siempre le había gustado llevar una vida más sencilla, pero no tubo más remedio, ya que aún le esperaban unos 200 kilómetros de viaje hasta Frachey.
Antes de salir del aeropuerto, Albert vio a una chica guapísima, con un cuerpo bien proporcionado y de formas preciosas, morena con ojos deslumbrantes, y se fijó en su hombro izquierdo. Tenía una curiosa mancha de nacimiento, más oscura que su color de piel, con la extraña forma de una golondrina con las alas batiendo en vuelo. El corazón se le heló, y mentalmente, llamó a Sey Ha. Él también lo había notado, una curiosa coincidencia, sin más importancia. Aún así, Albert encontró motivo de charla interior con Sey Ha. Hablaron sobre la posibilidad de una señal, que estaban predestinados, pero Sey Ha lo veía imposible. Finalmente, Albert desistió y desestimó la idea, era demasiado descabellada. Hicieron unas cuantas paradas por el camino, para visitar miradores y comer. A su padre le encantaban ese tipo de viajes, y más si eran en un coche tan cómodo como aquel mercedes. Tardaron unas 4 horas en llegar a Frachey, un pueblo muy bonito, que a Albert le hacía sentir una extraña sensación de estar en su hogar. Llegaron frente a una gran casa con 2 pisos y buhardilla, en la entrada esperaba un hombre de apariencia afable.
-Buenas tardes -Dijo en un perfecto español-. Soy Giancarlo, me mandan para enseñarles su nueva casa y darles la bienvenida de parte de la compañía. Tome Sr. Carles, una carta con su nueva nómina, verá que es un gran aumento, además de coche y casa pagados. Señora, me han comunicado que tiene la posibilidad de tener limpiadora y cocinera si es de su gusto, no le costará nada, la empresa les pagará todos los servicios este primer año.
-No no, gracias. Me gustan las tareas del hogar, ya que no trabajo -Dijo la madre, algo apurada-.
-De acuerdo, como ustedes prefieran. Y para ti, Albert, tengo tu nuevo trabajo, ni siquiera tendrás que moverte de casa si no lo deseas. Tu padre comentó que se te da muy bien la informática, así que diseñaras un pequeño sistema, pero ya hablaremos de todo esto, es hora de enseñarles la casa.
Giancarlo hablaba muy deprisa, aunque pronunciaba perfectamente. Pasaron al interior de la casa. Era toda revestida en madera, con suelo de parqué. Era cálida, y olía a roble, tal vez de las paredes de madera. Tenía 6 habitaciones, un gran salón y una sala de trabajo e informática, aparte de varios cuartos de baños y una cocina con todos los accesorios y electrodomésticos imaginables. Albert subió sus cosas a la habitación que le pareció más adecuada. Eligió la más acogedora, con una gran estantería y 2 ordenadores, uno de sobremesa y otro portátil, sobre el que había un sobre.
"Estimado trabajador:
Como Giancarlo le habrá comunicado, su nuevo trabajo lo podrá hacer desde casa, pero tampoco nos gusta que nuestros empleados estén encerrados, por lo que le hemos dado también este portátil, con el que podrá trabajar donde quiera. Puede usarlo como le parezca mejor, es totalmente suyo. Dispone de WiFi en cualquier lugar, vía satélite y varías baterías, para no perder los datos nunca.
Esperamos que sea de su agrado. Un saludo.
La dirección."
Decidió salir fuera, poco antes de llegar a la casa, vio un parque. Al salir, su madre le pidió que no volviese tarde para deshacer las maletas antes de acostarse. Al llegar al parque, vio una gran roca junto a un mirador.
-Acércate, noto algo en ella -Le indicó Sey Ha-.
Albert obedeció. Al acercarse, Sey Ha vibró con fuerza.
-Reconozco esta roca, en su interior late una alinelensia, muy pura -Dijo atropelladamente-. Colócame sobre ella.
-De acuerdo -Dijo Albert-.
Sey Ha sondeó la roca, halló la alinelensia. Su dueño la ocultó allí para que no fuese descubierto y ser asesinado por practicar las artes druidas, pero el nunca volvió. Tenía voz de mujer, pero no recordaba su nombre. Sey Ha le dijo que volvería a sacarla de allí, en cuanto tuviese ocasión, y ella se lo agradeció. Mientras, fuera de la roca y la percepción de Sey Ha, Albert quedó fulminado por una presencia.
Era ella, la chica del aeropuerto, sus miradas se encontraron apenas un instante, pero él la reconoció, aquel brillo en su mirada, el color de su cabello, aquella caprichosa forma de la mancha de su hombro... Era única.
-Hola, me llamo Helena, acabo de llegar de Nápoles, te ví en el aeropuerto -Su voz era dulce y acariciaba el aire-.
-Ehm, si, yo también te ví. Yo soy Albert, vengo de España, de Boixadors... -Albert hablaba atropelladamente-.
Sey Ha volvió a vibrar en su mano, apollada en la roca.
-Vamos Albert, tenemos que hablar -Sey Ha parecía preocupado-.
Pero no le hizo caso, algo dentro de Albert estalló, una sensación inexplicable.
-Perdona, pero a ti... Te conozco de algo...
sábado, 6 de junio de 2009
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