Hace apenas un par de años, un chico de temprana edad se hallaba perdido en sus pensamientos, buscando respuestas al porqué de su existencia en un mundo tan extraño, cruel y fuera de lógica. Ese chico se sentía a veces solo, no conocía a nadie que siguiese una línea como la suya. A veces se sentía como si no fuese de este planeta, una especia de extraterrestre. Muchas noches, frente a su ordenador, empezaba a leer mitos y leyendas de hace cientos de años, en las que los druidas y ermitaños eran consideradas las personas más sabias de las civilizaciones, personas que vivían alejados del mundo corriente y de la población para poder meditar y estar en conjunto con la naturaleza. En esas historias se decía que estos personajes tan extraordinarios vivían en la montaña, a veces junto a charcas o ríos, en sencillas cabañas.
Tras tanto leer dichas historias, un día decidió irse el solo a una charca que conocía. Era conocida, sin embargo el sabía un lugar donde no le molestarían, algo más escondido y desde donde el rumor de la pequeña cascada de agua se oía, produciendo una agradable sensación de tranquilidad. Allí esperaba encontrar respuestas a las preguntas que tanto abundaban en su cabeza, preguntas que le dolían, que le quemaban por dentro, al no poder hallar una respuesta.
Tras una caminata de un par de horas, llegó a su destino, aún era temprano, tenía mucho tiempo por delante para pensar. De la mochila que le acompañaba, sacó unas hojas impresas de su ordenador. Tenían unos dibujos de una especie de maniquí en posturas, al parecer, de meditación y relajación, y un largo texto, que comenzaba con el título: "Actos de purificación de la mente." En dichas hojas se describían métodos de concentración y de abstracción de la mente sobre el mundo, usando distintos elementos de los que, previamente, se había servido antes de salir de casa.
Empezó con los más sencillos. Se quedó solo con un bañador, sin collares, pulseras o relojes. Todo ello, según las hojas, producían afecto a lo material. Comenzó a leer unas lineas de una especie de cántico místico, que los druidas del norte de Irlanda llamaban "Arish naks". Los historiadores apuntan a que el idioma en el que está escrito solo era conocido por congregaciones de druidas, por lo que no se sabe su verdadero significado.
Él tampoco sabía su significado, ni lo que decía la letra del cántico, pero si notó, que a medida que iba leyéndolo, notaba que su cuerpo era más ligero y su mente estaba mucho más clara, olvidando se de otros problemas. Sus oídos se agudizaron, oyó el seco resquebrajar de una hoja al posarse un insecto. También su olfato pareció volverse más sensible, olido briznas de pino, miró a su alrededor, y los más cercanos los intuía en un verde manto en la falda de la montaña, a un kilómetro más o menos de donde él estaba. Se sentía mucho más relajado y, sin saber porqué, también sintió que algo caía dentro de él, un peso, una especie de reclamo de ayuda. No sabía dar explicación a ese sentimiento dentro de su ser, así que intentó concentrarse en su próximo ejercicio. Este era un poco sacrificado. Debía bañarse desnudo en agua de rió y, dada la época invernal que estaba azotando la zona, esta estaba muy fría, pero no se vino atrás, se concentró en su meta y, poco a poco, fue metiendo primero los pies, luego las rodillas, y finalmente, de un salto, se adentró en las frías aguas. Su cuerpo tembló furiosamente ante el cambio de temperatura, los pies se le entumecieron y las manos apenas podía moverlas. Comenzó a recitar de memoria el Arish naks y a moverse en círculos, con los ojos cerrados. Al cabo de unos minutos, su cuerpo pareció calmarse, y cuando él creyó que había estado suficiente tiempo, salio del agua y se seco rápidamente, pero sin vestirse de nuevo. Se sentía mucho más despejado, su mente procesaba los datos que le llegaban del entorno mucho mejor y más rápido.
Empezó a sentir la suave brisa que le rodeaba, cientos de olores y sonidos le llegaban, y cada uno de ellos, era almacenado en su memoria, y a la vez, relacionaba cada olor o sonido con su emisor, incluso sin conocer la mayoría de ellos. Empezó a caminar y noto que su cuerpo, aunque no por fuera, había cambiado, se sentía más enérgico, más vivo. Se dirigió al cauce del río, y ando contra corriente hasta que llegó a su nacimiento. El Sol empezaba ya a caer, habían pasado horas, y casi ni se había dado cuenta. Llevaba casi todo el día allí, sin comer ni beber, pero su cuerpo parecía no necesitarlo, se sentía más vivo que nunca, más sabio y con otro punto de vista. Se echó a reír, acordándose de los efímeros problemas que le habían llevado a tantas horas de pensar sin encontrar respuestas. Ahora ya no le parecían problemas realmente, solo le parecieron tonterías sin importancia. Acababa de descubrir que la vida era mucho más de lo que hasta ahora había visto, aquella visita al que desde aquel día consideró su refugio, le abrió los ojos, le enseñaron a contemplar a su alrededor, a observar las cosas con detenimiento y pensar las soluciones de una manera más lógica de lo que hasta ahora había logrado.
De nuevo, un peso... ¿Qué había pasado? Acaba de notar algo a su alrededor, algo había pasado, estaba nervioso. Escucho el caer una pequeña piedra junto al nacimiento del río y rápidamente, miró en esa dirección. No parecía haber nada, sin embargo, su alma le decía que allí había algo, algo que de alguna forma, le pertenecía...
Decidió no pensar en ello, debía ser solo una mala jugada del frío que, de repente, volvía a notar. El día estaba cerrándose, debía volver a casa. Se dirigió de nuevo a donde dejó sus cosas, se vistió, y con una sensación de pesadumbre, se alejó del refugio.
Al llegar a casa, a la hora de la cena, sus padres le notaban raro, muy abstraído en sus pensamientos.
-Albert, ¿te ocurre algo? -preguntó su padre.
-No.. No, solo estoy pensando en mis cosas, tranquilos -dijo sin mucho ánimo-. No tengo mucho apetito, subo a mi cuarto a dormir, he tenido un día algo movido.
Y sin esperar a que sus padres respondieran, se levantó de la silla y se fue a su dormitorio. No tenía pensado acostarse, había decidido seguir buscando datos sobre druidas y ermitaños, pero el sueño le venció, y decidió acostarse poco después de encender su ordenador.
Esa noche, soñó con algo extraño, algo en ese nacimiento donde había estado aquella tarde, el sonido extraño, la sensación de que algo volvía a caer sobre él... Pero antes de que pudiese profundizar más su sueño, el sueño se tornó en otro más normal, que no tenía importancia alguna, pero que le tranquilizó aquella noche.
miércoles, 3 de junio de 2009
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